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Channel: La voz de los vientos
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Eric Mertens - Spleen (1994)

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Hablamos en su momento de lo complicado que es vivir a la sombra de un familiar que se dedica a tu mismo campo artístico y es una figura dentro de él. El caso del músico que hoy nos acompaña es un ejemplo claro de lo que suele suceder en estas ocasiones. Las primeras noticias que tuvimos de Eric Mertens procedían de los créditos de algunos de los mejores discos de su afamado hermano: Wim. En ellos, Eric aparecía como intérprete de flautas principalmente aunque también ejecutaba otros instrumentos de viento. En este campo (el de la interpretación) el artista tomaba el relevo de un virtuoso como era Marc Grauwels, habitual ejecutante de las partes de flauta en los primeros discos de Wim y lo cierto es que estaba a la altura del desafío.

Poco después de la publicación de “Shot and Echo”, disco de Wim Mertens que ya comentamos aquí, apareció el primer trabajo en solitario formado por Eric bajo el título de “Spleen”. Es este un disco magnífico, con algún punto en común con la obra de su hermano (algo, suponemos, inevitable) pero en el que escuchamos una voz propia, un estilo personal muy particular que resiste sin problemas la comparación con otros grandes trabajos del más popular de los hermanos. La formación que interpreta el disco está integrada en su totalidad por instrumentistas que colaboraban habitualmente con Wim. La lista es la siguiente: Eric Mertens (teclados y flautas), Dirk Descheemaeker (saxo y clarinetes), Mark Verdonck (saxos), Hugo Mathijssen (tuba), Anne Mertens (voz), Lieven Vandewalle (trompa) y Eddy Verdonck (trombón).

Dirk Descheemaeker, habitual colaborador de los hermanos Mertens.


“Iso Grifo” – Eric no se guarda nada y desde el principio del disco nos ataca con lo mejor que tiene. El arranque con un piano eléctrico marcando un ritmo apasionante y la aparición de los vientos como un elemento más de la sección rítmica es fantástico y cuando entra el clarinete y más tarde la flauta ejecutando una serie de melodías llenas de atractivo a medio camino entre el rock y el jazz no podemos sino rendirnos ante el talento de su autor.



“Titles” – Las maderas nos invitan a un juego de relevos, apariciones y desapariciones realmente desconcertante. Lo que escuchamos nos recuerda a un Yann Tiersen antes de Yann Tiersen, a Jean Philippe Goude antes de Jean Philippe Goude. Una música a la que se le debería haber prestado mayor atención en su momento y que años más tarde, en manos de otros artistas similares como podrían ser los mencionados, hizo fortuna. Soberbia pieza digna de mejor suerte.



“No Titles” – Escuchamos un saxo lejano ensayando fraseos claramente jazzísticos que se ve secundado sin mucha demora por el clarinete mientras suena una velocísima melodía de órgano de fondo que nos despide sin tiempo para paladear la pieza en su medida adecuada.

“Without Wincing” – El violonchelo se incorpora a la fiesta de ritmo que recorre todo el disco en otra irresistible pieza de aire neoclásico que evoluciona de manera magistral hacia una suerte de música cajún con guiños jazzisticos mezclada con elementos vanguardistas. Un experimento notable en el que tenemos que destacar el poderoso solo de piccolo de la parte final en el que como un moderno flautista de Hamelin, Eric nos invita a seguirle en un desfile interminable.

“Te On Sasje” – También la música contemporánea en su versión más próxima al minimalismo tiene cabida aquí, especialmente en lo que se refiere a los arreglos de la pieza aunque la melodía principal tiene una vitalidad narrativa casi cinematográfica y algún rasgo en el que creemos reconocer alguna influencia del británico Gavin Bryars mezclada con la de su compatriota Michael Nyman. Escuchamos en los últimos instantes una de las pocas intervenciones de Anne Mertens cantando una breve melodía de aire inquetante.

“Little Giant” – De nuevo un ritmo vivo nos invita desde los teclados a incorporarnos a una celebración en la que todo lo demás parece accesorio. Teclados, tuba y demás metales aparecen entregados al movimiento y breves melodías surgen y desaparecen por doquier sin un esquema preestablecido al que agarrarnos como oyentes. Otra pieza muy atractiva para la colección.

“Todesstreifen” – Asistimos ahora a un cambio de ambiente total cando Eric nos sumerge en una atmósfera extraña llena de sonidos etéreos, percusiones extrañas que parecen proceder de los propios instrumentos de viento y melodías que se esbozan pero nunca llegan a desarrollarse del todo. Un pasaje onírico en el que nos parece estar envueltos de una neblina que impregna todo de un sutil halo de irrealidad.

“Wetter” – Escondida tras un comienzo de teclados repitiendo una serie de acordes en la mejor tradición minimalista encontramos una de las grandes melodías del disco que se disuelve poco a poco en un segundo plano empujada suavemente por el clarinete primero y por el resto de la sección de viento después, que se apropia del tema y lo repite con pequeñas variaciones.

“Machine Code” – Las ideas no parecen escasear en la cabeza de Eric Mertens cuando el disco ya ha superado su ecuador y nos ofrece una pieza magistral que parte una vez más de una sólida construcción a partir de los teclados para materializarse a través de saxo y clarinete y tomar forma definitiva en la flauta del propio Eric.

“Spleen” – Tras un buen puñado de piezas en las que los vientos eran protagonistas, escuchamos ahora una maravillosa composición para teclado que, de haber sido interpretada con un piano convencional y no por uno eléctrico, muchos relacionaríamos inmediatamente con la obra de su hermano. Hay algunos arreglos electrónicos y de cello que acompañan en momentos puntuales al teclista pero que no interfieren en demasía con la melodía central. Un excelente ejemplo de las capacidades como compositor de Eric en una de las piezas más inspiradas del trabajo.

“Schitter” – El jazz vuelve a asomarse por el disco (siempre dentro de una definición muy laxa del género) en la recta final del mismo. Es esta una composición a la medida de Dirk Descheemaeker y su particular forma de frasear. No es lo más destacado del trabajo pero se deja escuchar.

“Sirens” – Tardó mucho en llegar pero por fin encontramos un tema en el disco que podemos identificar claramente con el estilo de Wim Mertens y es que Eric utiliza buena parte de los elementos más representativos de la música de su hermano, especialmente en sus primeros discos: melodías circulares, veloces ritmos y una voz principal ejecutando la melodía central por encima de todo el conjunto. Hay mucho de clásicos como “Gentlemen of Leisure” o “Salernes” en esta composición que podemos ver como un homenaje entre hermanos.

“Triangles” – Como despedida, Eric escoge un tema breve con ciertos toques de rock progresivo o quizá, y teniendo en cuenta la procedencia del músico, de rock en oposición en la línea de Univers Zero.

Eric Mertens sólo ha grabado un disco más con su nombre, publicado varios años después de éste y que a buen seguro tendrá su espacio en el blog más adelante. La repercusión de ambos trabajos ha sido, hasta donde sabemos, muy escasa y habla en favor de esa afirmación lo difícil que es hoy en día encontrar este “Spleen” en cualquier tienda. La carrera musical de Eric ha seguido por los mismos cauces por los que comenzó y su presencia en algunos de los discos más recientes de su hermano así lo atestigua.

Las escasas tiendas online que ofrecen este “Spleen” lo hacen a precios disparatados y en otras (lo decimos por experiencia propia) los plazos de entrega superan los 3 y 4 meses. Por ello no vamos a dejar aquí enlaces de ningún tipo para su compra, recomendando, eso sí, que si tenéis la extraña suerte de encontrar un ejemplar del disco a tiro, no dejéis pasar la oportunidad de haceros con él. No os defraudará.

Wim Mertens - Strategie de la Rupture (1991)

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Si excluimos los grandes ciclos, alguna banda sonora ocasional y ciertos trabajos muy puntuales, desde la aparición en 1986 de “A Man of No Fortune and With a Name to Come”, Wim Mertens alternó durante más de veinte años los discos para grupo con los de piano y voz. La tendencia se rompió en la última década y media en la que el compositor belga se ha venido centrando en composiciones para diversas formaciones instrumentales, quedando la faceta de piano sólo para los conciertos. Es posible que esto tenga algo que ver en el hecho de que esta cara de Mertens ha aparecido mucho menos, en proporción, por el blog que la variante, digamos, orquestal.

Aprovechamos aquí para señalar que, contrariamente a lo que se podría pensar, los discos de piano de Mertens no siguen una línea estilística demasiado homogénea existiendo algo así como tres versiones distintas del músico cuando se enfrenta a este instrumento. En esa imaginaria división, “A Man of No Fortune...” tendría su continuación años más tarde en “Jeremiades”, “After Virtue” compartiría muchas cosas con “Poema” y este “Strategie de la Rupture” podría verse prolongado en “Der Heisse Brei”.

Ignoramos si fueron compuestos en las mismas fechas pero la publicación del disco daba comienzo a una etapa de gran actividad por parte del artista que en los mismos meses lanzó “Alle Dinghe”, complejo ciclo de siete CDs compilando las ideas menos accesibles del músico. Desde la portada del trabajo, Mertens nos mira desafiante, con los codos apoyados sobre una mesa en la que hay varios fragmentos de piedra. A su espalda, algunas pinturas de su propia autoría. Dentro del disco: música indescriptible, retadora, sorprendente como pocas.

Pintura de Mertens que sirvió de portada para el single "Hufhuf"


“Darpa” – Abre el disco el tema más largo del mismo que nos revela muy pronto la gran novedad que encontraremos en el trabajo: aunque no hay textos con significado, letras, en el sentido convencional del término, la pieza tiene la clásica estructura de una canción, con su estrofa, su estribillo, etc. Mertens canta en su registro de contratenor una melodía que podría pasar por una canción al uso. Se podría argumentar que piezas anteriores como “You See” de “A Man of No Fortune...” seguían un esquema similar pero desde nuestro punto de vista aquello fue anecdótico en el contexto de ese trabajo. Aquí va a ser norma. Como resultado de lo dicho, el piano pasa a ser acompañamiento y no instrumento principal como lo fue antaño pero eso no hace que esa parte de la partitura se resienta ya que seguimos escuchando brillantes momentos pianísticos.



“Wia” – Una melodía lenta, construida poco a poco con el inconfundible estilo de su autor nos introduce en uno de esos temas inolvidables que tan bien domina el pianista belga. Lo demás son leves variaciones sobre el mismo que ocupan el resto de una de las pocas piezas puramente pianísticas del disco.

“Jaat” – De repente, Mertens se pone solemne y nos ofrece un tema rotundo, oscuro en su comienzo, en el que las notas del piano parecen agolparse arremolinadas como en el centro de una tormenta que comienza a gestarse. Los que conocían la versión en directo del músico, ya habían escuchado en muchas ocasiones esta particular forma de interpretar en la que las notas se amontonan en masas de sonido que no dejan de evolucionar de un modo coherente como se del vuelo de una bandada de estorninos se tratase. Mertens vuelve a dejar oír su voz como acompañamiento en un lamento sonoro prolongado durante los instantes finales.

“Houfnice” – Regresamos al esquema de canción, organizada esta vez como un diálogo en el que el piano plantea la primera pregunta y la voz responde poco después. Parece una pieza muy sencilla, fácil, si se quiere ver así pero que encierra en su simplicidad el gran secreto de la música de Mertens: llegar con un despliegue mínimo de recursos a oyentes de todo tipo.

“Hufhuf” – Curiosamente, se llegó a editar un single del disco con varias piezas nuevas, algo muy raro en este tipo de música y fue, precisamente, esta pieza la escogida. Se trata de otra canción sin texto en la que Mertens tararea una serie de fonemas desprovistos de significado. La melodía es poderosa y simple a la vez y es un ejemplo claro de esos temas previsibles en su desarrollo en los que el oyente podría anticipar sin problema lo que sonará en los siguientes compases.



“Iris” – Continuamos con otro extenso tema de casi diez minutos que comienza como una alegre danza hasta la aparición de la voz de Mertens que le confiere un aire dramático ciertamente inesperado. En su segmento central asistimos a un cambio a modo de interludio en el que el piano adopta un rol casi ambiental y es el cantante quien se encarga de las partes más relevantes. En su momento no podíamos saberlo pero la pieza tiene muchos puntos en común con un par de bandas sonoras que el compositor realizó para sendos clásicos del cine mudo europeo en las mismas fechas y que sólo conocimos un tiempo después a través de sus versiones en vivo. Los últimos minutos de la pieza los ocupa una leve melodía interpretada “pianissimo” hasta el punto en que podemos pensar que estamos en un intervalo de varios minutos de silencio si no prestamos la atención debida.

“Humvee” – Llegamos ahora a una breve pieza que comienza de un modo tranquilo pero que va evolucionando, y de qué modo, a lo largo de sus tres minutos de duración. En ellos escuchamos al Mertens más intenso, casi iracundo en su forma de cantar para la que adopta un rol mucho más agresivo del habitual manteniéndose siempre, claro está, dentro de la tesitura de contratenor.

“Kanaries” – Quizá estemos ante el tema con el desarrollo más plano de todo el disco. Comienza con una melodía lenta, muy reposada, que evoluciona de modo casi parsimonioso durante unos minutos. Mediada la pieza, aparece un segundo motivo, también repetitivo que nos acompaña hasta el final del mismo. Es de reseñar que, en directo, Mertens suele acompañar a esta pieza de otra mucho más rítmica consiguiendo un resultado mucho más interesante.

“Awol” – Casi como prolongación de la pieza anterior, tenemos este cierre que es también la composición más corta de todo el trabajo (no llega a los dos minutos). Podría haber sido parte de la pieza anterior sin problema alguno.


Cuando apareció el disco nos descolocó ligeramente ya que no se parecía demasiado a los dos anteriores para piano y voz del músico y, además, no tenía ninguna composición que apuntase a clásico futuro del compositor belga. Sin embargo, con la perspectiva del tiempo ha ganado varios enteros en nuestra consideración. Se aprecia una cierta intención de hacer una música más accesible, algo que, en cierto modo, se repitió algo después con “Shot and Echo” en lo que a los discos para grupo se refiere. Con todo, no podemos dejar de recomendarlo para aquellos seguidores de Mertens que aún no lo tengan en su discoteca.

amazon.es

play.com

Nos despedimos con "Iris" como sonaba en la banda sonora de la película experimental de 1999 de Marcelo Masagao, "Nos Que Aqui Estamos Por Vos Esperamos"

 

King Crimson - Red (1974)

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Apenas unos meses después de publicar el disco anterior, los miembros de King Crimson volvieron al estudio para grabar “Red” uno de nuestros discos favoritos de la banda y también uno de los más influyentes que publicaron junto con el clásico “In the Court of the Crimson King” (se dice que Kurt Cobain tenía a “Red” entre sus discos preferidos).

Se diría que una sensación de agotamiento progresivo iba apoderándose de la banda que había adelgazado pasando de quinteto a cuarteto y ahora, tras la baja del violinista David Cross, quedaba constituida en trío. Si embargo, esa “pérdida de peso” en cuanto al número de integrantes no tenía correspondencia directa en las ideas que se iban a desarrollar en el disco. Vamos a escuchar una versión de King Crimson con mucho que decir aún pero también con un hueco para echar la vista atrás y recuperar algunos de los elementos que les hicieron legendarios. Como había ocurrido en otras ocasiones, no todo el disco procede de sesiones en estudio ya que “Providence” estaba sacada de una improvisación más extensa procedente de un concierto reciente. La formación “oficial” de la banda en el momento de la grabación era la formada por Robert Fripp (guitarra y mellotron), John Wetton (bajo y voz) y Bill Bruford (batería y percusiones). Como músicos de apoyo, figuran David Cross (violín), Mel Collins (saxo soprano), Ian McDonald (saxo alto), Robin Miller (oboe) y Marc Charig (corneta).

Bill Bruford, Robert Fripp y John Wetton en una versión alternativa de la foto de portada de "Red".


“Red” – El comienzo es rotundo, directo como uno de aquellos combates de Mike Tyson de finales de los ochenta en los que el adversario rodaba por los suelos en los primeros segundos del asalto inicial. La guitarra de Fripp, ácida y distorisionada, anunciaba el práctico destierro que iba a sufrir en el resto del disco su vieja acústica. Hablamos de Fripp y él fue quien calificó de “Red” como un disco de “heavy metal”. Exagerado, sin duda, pero no del todo desencaminado si tomamos como referencia los primeros minutos del tema inicial. Tras la presentación del “riff” inicial y su desarrollo llegamos a un interludio magistral, oscuro, un desafío para la imaginación del oyente que pronto es rescatado de la ensoñación por la vuelta del tema principal al que se añaden nuevas partes de guitarra que endurecen aún más la propuesta de la banda. Bruford, mientras tanto, obra a sus anchas y Wetton ejecuta con solidez las partes de un bajo, imprescindible para sostener todo el complejo engranaje construido por la banda.



“Fallen Angel” – Un sonido electrónico sobre el que aparece el violín de David Cross es la escueta introducción de una canción con un cierto aire melancólico en su comienzo y un fantasmal oboe que subraya alguno pasajes de forma mecánica. Llegamos así a una primera variación de esas que tanto han influido en músicos actuales como Steven Wilson en la que la guitarra repite con reiteración una breve secuencia de notas mientras van apareciendo el resto de instrumentos (particularmente la corneta de Marc Charig). Una segunda repetición de la estrofa nos deja oír en segundo plano un débil mellotron antes de afrontar el final. La frase de guitarra que antes destacábamos tiene un ligero aire a la evanescente melodía que abría “Lucy in the Sky With Diamonds” de los Beatles aunque no creemos que hubiera ni siquiera la menor intención de hacer un homenaje con ella.

“One More Nightmare” – Pocos sonidos pueden identificar tan bien a King Crimson como los primeros instantes de la introducción de la pieza con una guitarra inconfundible y un Bill Bruford inspiradísimo en la batería. La pieza es una sucesión de cambios, todos ellos con sentido, aunque el uso de las palmas como elemento rítmico central en muchos momentos nos deja muy sorprendidos, terminamos por acostumbrarnos. La sección central del tema parece una improvisación en la que los saxos tienen un papel fundamental aunque siempre se nos antoja subordinado a la continua demostración de capacidades de un Bruford estratosférico. El segmento final es, sencillamente, de otro mundo: jazz, rock, algo de blues... todo en perfecta armonía constituyendo un reto continuo. Nadie ha hecho jamás música así. La pieza se detiene (porque hace eso: detenerse) repentinamente porque no parece haber una buena solución para su final; cualquiera sería decepcionante.

“Providence” – Como comentamos, la pieza es un extracto de una improvisación de mayor duración que tuvo lugar durante un concierto en la gira estadounidense previa a la grabación del disco. En aquel momento, Cross era miembro aún de la banda lo que explica su papel protagonista en los primeros instantes del tema. En ellos es el violín quien marca la pauta entre aislados efectos de percusión, notas de guitarra que aparecen aquí y allá y sonidos no siempre identificables. Metidos en este batiburrillo sonoro agarramos la soga que nos lanza Bruford para subirnos a la nave y comenzar un viaje algo más coherente que ocupará la segunda parte de la pieza, en la que las guitarras reclaman un espacio que ocuparán hasta el final. No es el mejor momento del disco ni tampoco la mejor improvisación de King Crimson que hayamos podido escuchar pero en modo alguno es desdeñable y nos sitúa en la mejor de las posiciones para escuchar lo que viene a continuación.

“Starless” – La melancolía y el efecto casi sedante que produce el sonido de cuerdas del mellotrón van trabajando el estado de ánimo del oyente que comienza a resquebrajarse con las primeras notas de la guitarra de Fripp. A partir de ahí lo que ocurre es magia: Wetton canta (mejor que nunca) una melodía insuperable. Mel Collins tiene la osadia de acompañarle al saxo y consigue, por imposible que parezca, mejorar aún más el resultado. Vuelve Fripp a interpretar el tema de guitarra cediendo los trastos al vocalista para que golpee por segunda vez en lo más delicado de la sensibilidad del oyente antes de entrar en la segunda parte del tema. El bajo dibuja una línea ominosa sobre la que apenas se atreve a destacarse una insolente guitarra que ataca con obstinada precisión una repetitiva serie de acordes. Para cualquier otra banda, esto habría sido suficiente pero si hablamos de King Crimson, sólo puede ser el preludio de algo aún mejor. Efectivamente, a través de un “in crescendo” de locura todo se desboca hasta explotar en una improvisación de jazz rock liderada por el saxo de Mel Collins que parece haber estado esperando este momento durante todo el disco. La recapitulación final con el saxo repitiendo las frases que antes cantara Wetton y el mellotrón reinando en todo su esplendor ponen el mejor final imaginable a un disco fundamental.



Tras un periodo de efervescencia creativa como el vivido en los últimos meses por la banda, lo que no era del todo previsible era lo que ocurrió tras la publicación de “Red”: la disolución de King Crimson con visos de ser definitiva, aunque seguro que todo estaba meticulosamente planeado de antemano por la inaccesible mente de Robert Fripp.  Hoy sabemos que no fue así pero los King Crimson que volvieron varios años más tarde tenían poco que ver con los que firmaron un disco como “Red”. Tiempo habrá, en todo caso, para hablar de esa historia.


“Red” supone uno de los momentos cumbres del rock progresivo. A pesar de ser aún una música relativamente joven, la sucesión de obras maestras que había adornado los últimos años por parte de los buques insignias del género (“Close to the Edge”, “The Dark Side of the Moon”, “The Lamb Lies Down on Broadway”, “Thick as a Brick”...) iban a ser ya difíciles de superar por sus propios autores y desde ese punto de vista es más fácil entender que Robert Fripp echase el cierre por un tiempo hasta que surgieran nuevos retos y con una música que poco tendría que ver ya con ésta. Como ocurre con lo mejor del catálogo de King Crimson, “Red” ha sido recientemente reeditado con contenidos extra y nuevas mezclas a cargo de ese mago llamado Steven Wilson bajo la supervisión del propio Fripp. Además, los más osados tienen a su disposición una humilde cajita que bajo el título de “The Road to Red” recoge una pequeña colección de 24 discos con material procedente de los conciertos que siguieron a la publicación del disco en 1974.



Nos despedimos con una actuación televisiva previa a la publicación del disco en la que el grupo, aún con Cross en sus filas, interpreta "Starless":

 

Ed Alleyne-Johnson - Purple Electric Violin Concerto (1992)

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El músico del que vamos a hablar hoy es uno de los tipos más peculiares que han pasado y pasarán por el blog sin lugar a dudas. Un personaje enamorado de la música y de las calles de Chester hasta el punto de que, pudiendo haber construido una carrera discográfica que le habría permitido una vida desahogada, renunció a todo ello para hacer lo que más le gusta: tocar en la calle.

Como suena. Lo que más le gusta a Ed Alleyne Johnson es ejercer de músico callejero, actividad a la que dedica la mayor parte de su tiempo. Su historia comienza a finales de los ochenta. Ed, músico de formación académica, comienza a tocar el violín, la guitarra y el bajo y llega a formar parte de una banda local de escasa repercusión. Finalmente llega a tocar en un single de la banda New Model Army que llega a los puestos destacados en las listas del Reino Unido tras lo que se incorpora a la banda. Con ellos participa en giras por todo el continente llegando a ser teloneros de Bowie o The Cure. En alguno de los conciertos de la banda, Ed comenzó a tener una pequeña parte para sí mismo durante la que tocaba una composición propia titulada “Purple Electric Violin Concerto”. Antes de una gira por los Estados Unidos, Ed se construye su propio violín tallándolo con un cuchillo de cocina y lo electrifica. Además, lo equipa con una quinta cuerda para reforzar la tesitura más baja y con una serie de pedales que le iban a permitir ejecutar “loops”, “delays” y todo tipo de ecos y efectos sonoros. Así, el violinista puede interpretar, no sólo las melodías centrales sino piezas complejas completas en solitario y en absoluto directo.

La acogida que recibe en los conciertos de New Model Army su “Purple Electric Violin Concerto le termina de convencer para dar el paso de grabar su primer disco. Dada la peculiar forma de ser del músico, la forma de financiarlo no podía ser otra que esa versión primitiva del “crowdfunding” que todos conocemos: con lo que sacaba de sus conciertos callejeros y de los que daba en pequeñas tiendas de discos de los lugares en los que tocaba, se pagó una pequeña tirada de 500 cassettes. Los beneficios de la venta de éstos, ayudaron a financiar una edición más seria de la obra en LP y CD.



Como en tantos otros casos, la música de Ed nos llegó a través de Ramón Trecet y su programa Diálogos 3. Hablaba en aquel entonces Ramón de un video alucinante con una actuación televisiva en la que Ed interpretaba en total directo todo lo que sonaba sin grabaciones previas ni ediciones en estudio (¿sería el video anterior?). A los que no podíamos acceder a esa grabación en la era previa a internet nos costaba hacernos a la idea de cómo era aquello posible pero en el propio disco se indica claramente que esto era exactamente así, también en la grabación finalmente publicada.

El músico en una de sus actuaciones callejeras.


OXFORD SUITE

“Part 1” – El esquema de casi todas las piezas de Ed es siempre el mismo. Comienzan con una serie de notas en pizzicato que son repetidas en bucle gracias a los diferentes pedales. Sobre ese colchón sonoro comienza a sonar la melodía central que, en este caso, es brillante y tiene un componente repetitivo que, claro está, se ajusta a la perfección al método interpretativo del músico. La multitud de capas de sonido que se van creando con cada nueva interpretación del violinista y que van repitiéndose o siendo silenciadas a cada compás a criterio del intérprete crea un ambiente irreal y fantástico que, conceptualmente, no está muy lejos de los principios de la música electrónica secuencial procedente de la Escuela de Berlín.



“Part 2” – Se repite la fórmula con un cambio de ritmo en cuanto al comienzo de la pieza a la que se le añade, con respecto a la primera parte, una secuencia aguda que hace de contrapeso frente a los graves de la línea de bajo principal. La melodía principal suena menos encorsetada, con un mayor aire de improvisación, algo que se ve muy beneficiado por la distorsión aplicada por el artista a su violín en determinados momentos. Nos llama la atención también el sólo “guitarrístico” que ocupa la parte central del movimiento durante el que Ed aprovecha al máximo las capacidades que le ofrece su instrumento gracias a la electrificación.

“Part 3” – La tercera parte es un canon clásico en el que diferentes voces replican una y otra vez una melodía principal, a veces interpretadas con el arco y otras mediante las cuerdas pellizcadas del violín. El tema central tiene también un aire barroco que le viene muy bien a una pieza evocadora a la que el particular sonido que construye Ed le confiere una cualidad etérea muy atractiva.

“Part 4” – La parte final de la suite vuelve al esquema de la primera al que es fiel durante todo el movimiento. La melodía central, incluso, se parece bastante a aquella con la que se abría el disco, acaso poniendo mayor énfasis en los juegos contrapuntísticos. En los instantes finales, un solo a lo Jimi Hendrix si se nos permite la broma permite al violinista un momento de lucimiento personal antes de poner el punto y final a la obra.

INNER CITY MUSIC

“Part 1” – La segunda obra “larga” del disco está dividida también en cuatro movimientos siendo el primero el mejor de ellos. En él es en el que escuchamos los instantes más brillantes de Ed al violín, especialmente en los solos en los que ejecuta una melodía sensacional, de cierto aire oriental y referencias a la música centroeuropea del siglo pasado que se combinan con veloces progresiones “vivaldianas”. Una gozada en la que el uso de los pedales y los efectos de repetición desaparecen durante varios minutos en beneficio de la interpretación pura.

“Part 2” – Vuelta a la fórmula habitual de pizzicato-loop-nuevo pizzicato-nuevo loop para crear la base sonora de la pieza. En contraste con el movimiento anterior, que nos pareció particularmente brillante, éste no es más que la repetición de los esquemas (e incluso de las melodías) de muchos momentos de la “Oxford Suite”. Sólo la parte final en la que se combina un gran número de capas de sonido creando un ambiente extraordinariamente bello salva este movimiento.

“Part 3” – Regresamos a entornos musicales más cercanos a los del primer movimiento de la obra con una pieza cuyo desarrollo es, sin embargo, mucho más limitado, con un estatismo, creemos que intencionado en los acompañamientos que nos hace fijarnos mucho más en una melodía central en la que apreciamos intenciones clasicistas que no llegan a cristalizar por la escasa duración del tema.

“Part 4” – El último movimiento de esta segunda obra del disco se asemejaría a la traslación de una canción pop a los esquemas musicales de Ed. Años más tarde, el violinista grabó varios discos con versiones de clásicos del rock y el pop por lo que no nos extraña escuchar aquí una pieza como esta en la que podemos encontrar guiños a bandas como U2 o The Police.

“Improvisation” – Restan aún dos piezas como complemento para cerrar el disco. La primera es esta improvisación en la que escuchamos su cara más ácida y arriesgada y en la que juega al “guitar hero” durante varios minutos con notable resultado. Una pieza que debería marcar un camino a seguir en el futuro para evitar que la fórmula del músico, muy atractiva a primera vista, se convierta en aburrida en caso de no ser renovada.

“Concrete Eden” – En contraste con la pieza anterior, el final del disco vuelve a mostrarnos el esquema ya clásico que se ha repetido en varias ocasiones a lo largo del trabajo. No es que el tema sea inferior a los demás pero insiste en una fórmula que, como hemos señalado ya, podría quedar agotada prematuramente en caso de ser explotada en exceso.

El particular violín construido por nuestro músico.



Visto con la perspectiva del tiempo, hoy creemos que Ed Alleyne-Johnson fue un fenómeno que se adelantó varios años a su tiempo. Si en lugar de en 1992, su primer disco hubiera salido, pongamos, en 2008, habría venido precedido de una importante serie de videos en youtube con sus actuaciones callejeras que, a buen seguro, se habrían convertido en virales. Su disco, promocionado de ese modo, podría haber llegado mucho más lejos aunque claro, en 2008 igual no se había llegado a grabar, dado lo escuálido del mercado discográfico y la cortedad de miras de sus directivos. “Purple Electric Violin Concerto” vino acompañado de un single en el que, junto con la primera parte de la “Oxford Suite” venía una interesante versión del “Canon” de Pachelbel con la que nos despedimos. Su interés viene, no tanto por la interpretación en sí de una obra, por otra parte tópica, sino porque se trata de una composición que se ajusta particularmente bien a la forma de interpretar del violinista. A pesar del reconocimiento de este primer disco y de que el siguiente, “Ultraviolet”, también tuvo una buena acogida, Ed no cambió su estilo de vida y siguió tocando en las calles de la medieval Chester (aún hoy lo hace, como atestiguan los videos disponibles en youtube). Ha grabado desde entonces un buen número de discos, algunos de versiones y otros con composiciones propias pero mantiene las mismas costumbres de hace 3 décadas. Un personaje peculiar, sin duda, y admirable en todos los sentidos.


Jeroen Van Veen - Piano Music (2014)

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Recientemente, en una respuesta a un comentario de un lector, anticipábamos la noticia de la aparición en el sello Brilliant Classics de una caja dedicada a la música de Jeroen Van Veen. Los habituales estaréis ya muy familiarizados con este intérprete que ha aparecido por aquí en un buen número de ocasiones, la gran mayoría de las cuales relacionado con la música de su compatriota Simeon Ten Holt. Hoy toca hablar de su obra propia que le situaría en una posición destacada dentro de la rama más popular del minimalismo europeo que ha ido conformándose en los últimos años. Los más fieles recordarán la entrada que le dedicamos a la caja “Minimal Piano Collection” en la que Van Veen repasaba distintas músicas de clásicos del género como John Adams, Philip Glass, Wim Mertens, Michael Nyman o Yann Tiersen entre otros. En un segundo volumen que en algún momento tendremos que comentar, el pianista holandés amplió el repertorio de autores y se atrevió a incluir los dos primeros libros de sus “Minimal Preludes” así como alguna que otra pieza breve. Es ahí donde retoma la grabación de sus propias obras nuestro artista  que nos brinda en esta caja titulada, simplemente, “Piano Music” una oportunidad inmejorable de conocer su faceta como compositor.

Sandra y Jeroen Van Veen


La caja consta de cinco discos, el primero de los cuales está dedicado en su integridad al tercer libro de “Preludios Minimalistas”, escritos entre 2008 y 2012. Conforman el libro un total de siete preludios numerados de forma peculiar del 25 al 37 faltando el que haría el número 30 y viéndose desplazados los que ocuparían los ordinales del 32º al 36º al cuarto libro. Es complicado entrever un estilo propio en los preludios ya que buena parte de ellos, por una u otra cosa, termina por recordarnos algunos “clichés” de la larga nómina de músicos que Van Veen ha interpretado en estos años. Así, el primero de la serie (el nº 25) tendría un estilo cercano al de Yann Tiersen. Curiosamente, y de modo contrario a lo que cabría esperar, el extenso preludio nº 26, homenaje a Philip Glass sí que nos deja vislumbrar detalles originales bajo el envolotorio “glassiano”. Continúa el disco con la más breve de las piezas, una animada danza realmente brillante que se nos hace demasiado corta y más cuando precede al extensísimo preludio nº28 de más de media hora de duración. Es éste una obra llena de dinamismo que explota a la perfección las cualidades rítmicas del piano y el efecto hipnótico de la repetición. En el libreto que acompaña la caja, Van Veen habla de su música como “música de LEGO” en referencia al célebre juguete de construcciones que todos disfrutamos en la infancia. Nos llama la atención este modo de describir su obra ya que nos recuerda mucho la brillante definición que una amiga nos hizo del “Canto Ostinato” de Simeon Ten Holt cuando lo escuchó por primera vez: lo calificó como “un tetris musical”, concepto que sería básicamente el mismo que aplica el propio Van Veen a su obra. Sin alcanzar la profundidad ni el desarrollo de la obra maestra de Ten Holt, el preludio nº 28 es una muy notable pieza de música en la que se filtran muchas influencias siendo la que más nos llama la atención la presencia de un sentido dramático que nos parece reflejo del mejor Piazzolla en la sección central, antes del regreso al tema principal. Con la llegada del preludio nº 29 asistimos a un cambio radical de estilo. Van Veen nos muestra su lado más profundo, pausado, casi estático, jugando en la imaginaria frontera entre el impresionismo y el minimalismo con una mano en Arvo Pärt y la otra en Ludovico Einaudi si tan disparatada combinación tuviese alguna posibilidad de plasmarse en música. Y si la referencia a Einaudi era marginal en la pieza anterior, en el preludio nº 31 nos parece bastante más clara, algo comprensible si tenemos en cuenta que Van Veen ha publicado recientemente una antología de siete discos (prolífico nuestro hombre) dedicada al italiano. El último corte del disco lo ocupa el preludio nº 37, subtitulado “goodbye Nokia”. La explicación es más que evidente cuando escuchamos la pieza y comprobamos que se trata de una serie de variaciones y juegos más o menos ocultos sobre el famoso tono que se convirtió en emblema de la compañía de teléfonos móviles sacado realmente, como es bien sabido, de una composición del español Francisco Tárrega. Es esta última la única composición del disco para piano a cuatro manos.



El segundo de los discos de la caja contiene tres obras, comenzando por el cuarto libro de preludios que consta, como avanzamos antes, de los que van del 32º al 36º añadiéndose también el 38º. Como ya ocurriera en muchos de los preludios del libro anterior, en el inicial de la colección se mezcla un ambiente propio de Satie con un tipo de melodías que nos acercan al italiano Einaudi. Es por tanto una pieza de agradable escucha aunque puede pecar, a veces, de superficial, especialmente por la excesiva repetición de los motivos principales. Los primeros momentos del preludio nº 33, sin embargo, nos remiten de un modo inequívoco a Glass. Concretamente al Glass solemne de la primera y quinta parte de “Metamorphosis”. Hay un cambio importante poco después con lo que se parecería mucho a un arreglo para piano solo de “Organic” de la banda sonora de “Koyaanisqatsi”, originalmente para flauta y orquesta, también obra de Glass. Ambas secciones se alternan varias veces incrementándose la duración de la segunda y apareciendo un segundo intérprete en la figura de Sandra Van Veen que oficia de tercera y cuarta mano en el tramo final de la pieza. Llegamos así al preludio nº 34 que, a pesar de las pocas escuchas que le hemos dado aún a toda la caja, tiene todas las papeletas para convertirse en uno de nuestros favoritos. Muy rítmico y con una acertada melodía, la evolución de la misma que se diría construida con técnicas del librillo de Simeon Ten Holt consigue que no decaiga en ningún momento y que nos quedemos con ganas de mucho más (no en vano, es la pieza más breve del CD a pesar de alcanzar los seis minutos). Los preludios reflejan en muchos casos la música con la que Van Veen trabajaba en el momento de su composición. Así, mientras grababa la versión para órgano y tres pianos de “Canto Ostinato”, escribía el preludio nº 35 para dos pianos y órgano, dedicado a Aart Bergwerff, organista que intervenía en aquella grabación. Nos resulta una pieza muy atractiva por sí misma que muestra suficientes rasgos originales como para no vincularla a ningún tipo de influencia de otro artista más allá de la del propio minimalismo como género. El 36º preludio vuelve a sumergirnos en un estado de calma casi absoluta con notas que van cayendo lentas, cadenciosas, perezosamente desde el piano sin levantar apenas al vuelo. Algo así como “Fur Alina” de Arvo Pärt aunque con una cierta energía subyacente que parece estar a punto de salir por alguna parte en cualquier momento y que tendría algo de Michael Nyman. En cualquier caso, Van Veen no nos permite escuchar cómo sonaría esa hipotética explosión de sonido. Por fin, el último de los preludios, numerado con el 38, es una veloz composición en la que creemos reconocer una sólida influencia del maestro Ten Holt. Con todo, es uno de los mejores de toda la colección y no decae en ningún instante a pesar de durar casi quince minutos.

Continúa el disco con “Ballade for Frank” pieza de 2012 para piano y carillón que no es sino una adaptación del preludio nº32 con el que se abría el disco. La presencia de un instrumento como el carillón condiciona cualquier composición en la que es utilizado y no siempre para bien aunque aquí nos parece un hallazgo muy agradable. Cerrando este segundo volumen de la caja nos encontramos con “Slash”, del mismo año que la anterior y compuesta para dos pianos preparados. Es éste un instrumento realmente complicado de tocar (y, especialmente, de preparar) para que suene aceptablemente bien. En la reciente caja dedicada por Van Veen a diferentes versiones de “Canto Ostinato” que comentamos en su momento, era precisamente el sonido recargado del piano preparado en la versión de la obra para ese instrumento el mayor “handicap” que nos impidió disfrutar de aquella grabación. Ese mismo problema lo tenemos aquí ya que el timbre que oímos no nos recuerda nunca al de un piano como sí lo hace en otras grabaciones que hemos escuchado para este instrumento, principalmente de piezas de su creador, John Cage.

El tercer disco recoge la tercera y la cuarta parte de “Incanto” (las dos primeras aparecieron ya en la “Minimal Piano Collection”). El título y el origen rítmico de ambas composiciones tiene una explicación realmente curiosa y es que, según dice el propio autor, “Incanto” fue la primera cafetera que se compró y que poseía, en palabras de Van Veen “un sonido y rimo específicos muy particulares”. Lo cierto es que el oyente desprevenido podría confundir la pieza (especialmente “Incanto nº 3”) con una adaptación de “Canto Ostinato” ya que los ritmos y las breves células melódicas que la componen tienen un cierto parecido con las de esa composición. Desde nuestro punto de vista, “Incanto” es la composición más puramente minimalista de toda la caja. Aparece primero en orden de escucha “Incanto nº 3, en la que melodías y ritmos son muy cambiantes formando un todo muy atractivo perfectamente diseñado para la interpretación del matrimonio Van Veen a dos pianos. A continuación, y a modo de interludio, se encuentra una composición de este mismo año para piano y cinta magnetofónica titulada “Minimal Blurrr” que es algo muy cercano a los experimentos “ambient” de Brian Eno en compañía de Harold Budd: pianos etéreos, casi líquidos en algunos momentos, acompañados de diferentes efectos de sonido. Es una pieza breve para lo habitual en el compositor pero muy notable por cuanto tiene de indagación en territorios que no son los habituales en el músico holandés. La pieza que mayor peso tiene en el disco es “Incanto nº4” cuyas tres partes superan los 50 minutos de duración. La música va creciendo de un modo paulatino a partir de una breve célula melódica que se presenta de forma suave, como no queriendo causar ninguna molestia. Poco a poco, repetición tras repetición, el motivo va ganando en complejidad e intensidad atrapándonos poco a poco en una tupida red de sonido. La inclusión de “Minimal Blurrr” entre las dos partes de “Incanto” tiene mucho más sentido al escuchar ésta composición ya que puede ser entendida como una perfecta transición: a pesar de haber sido escrita más tarde. En “Incanto nº4” también es muy fuerte la presencia de Harold Budd por lo que el orden escogido para el disco nos parece muy coherente. El autor divide la pieza en tres partes siendo la primera la de mayor duración (supera la extensión conjunta de las otras dos). Durante la misma asistimos a toda una serie de repeticiones de un mismo motivo en las que se alterna la velocidad, los acentos de la melodía, las tonalidades, etc. mientras se mantiene casi inalterable otra línea melódica que hace las veces de bajo continuo. El mismo juego se repite en las dos partes restantes en las que la base melódica es prácticamente la misma interpretada en una octava diferente. Como resultado de esto, la segunda parte es más grave, solemne, y el autor adapta también el “tempo” de la propia ejecución para contribuir a un ambiente de mayor severidad. En todo caso, hay una importante evolución en la pieza que tiene que ver con un incremento progresivo del ritmo que termina por variar nuestra percepción de forma radical conforme avanzan los minutos. Llegados al ecuador del movimiento, Van Veen vuelve a ralentizarlo todo al extremos para recomenzar el proceso compositivo anterior introduciendo sutiles matices rítmicos de modo que el resultado termina siendo, como rezaba el título en latín de una obra de Ten Holt: “eadem sed aliter” (lo mismo pero de otra manera). La tercera parte de “Incanto nº4” vuelve al motivo inicial de la primera para desarrollarlo de modo similar, con una mayor economía de medios al principio, una austeridad a la hora de incorporar variaciones que no hay con confundir con falta de ideas en modo alguno. Nos resultan particularmente destacables los últimos minutos de la pieza en la que asistimos a una verdadera exhibición de cómo organizar eficazmente los diferentes motivos que han ido apareciendo en los largos minutos anteriores para conseguir un final apoteósico. Una verdadera delicia.

El cuarto disco de la serie recoge tres obras recientes. La primera de ellas, escrita en este mismo año, lleva por título “The Four Elements” y consta de cuatro partes dedicada, efectivamente, a cada uno de los cuatro elementos clásicos. Es una obra para piano y cinta magnetofónica, formato que parece interesar mucho en los últimos tiempos a su autor. Se abre con “Air”, composición que nos recuerda mucho a su “Minimal Blurrr” tanto por su estructura como por las similitudes con el sonido de Harold Budd. La misma tónica sigue con “Water”, tema “ambient” que podría formar parte de cualquier disco del dúo Budd y Eno de sus mejores épocas. Algo más de intensidad aunque sigue discurriendo por parámetros similares encontramos en “Earth”, con un mayor peso melódico y más cercano a planteamientos minimalistas que ambientales. Cerrando la obra tenemos “Fire”, quizá la más interesante de la serie en términos de sonido y juegos tímbricos. En conjunto, “The Four Elements” contiene música a tener muy en cuenta aunque se mueva en una línea un tanto indefinida que separa cierto minimalismo del “ambient” más clásico. Como ambos géneros gozan de nuestras preferencias, disfrutamos sin problemas de esta pieza que, sin embargo, sospechamos que gustará más a los afines a los experimentos de Eno o Budd que a los seguidores de un Steve Reich o un Philip Glass. Continúa el disco con un arreglo actual de “Repeating History”, obra de 2010, para 2 pianos. Como sugiere el título, en ella Van Veen hace un repaso por la historia de la música repetitiva adaptando nada menos que el “preludio en do” del primer libro de “El Clave Bien Temperado” de Johann Sebastian Bach al lenguaje minimalista. Se trata, en realidad, de una pieza que ya tiene en su concepción original un componente repetitivo fundamental pero Van Veen la somete a un proceso de, llamémosle, deconstrucción profundizando en algunos aspectos “minimalistas” de la obra que son potenciados de forma que el oyente sienta que está en presencia de una pieza contemporánea. La última obra contenida en el cuarto disco es “Molly”, composición para dos pianos de 2013 que no encierra sorpresa alguna (y menos si se escuchan del tirón todos los discos de la caja). Van Veen nos ofrece un nuevo ejemplo de estructuras que siguen los principios más o menos aceptados de la composición minimalista con células breves que van cambiando con cada repetición, algo que se ve muy beneficiado de la utilización de dos pianos (la pieza tiene también versión para cuatro) que permite una mayor riqueza en las variaciones y un mayor rango de elementos sonoros con los que jugar en cada momento. Como curiosidad, la obra está dedicada a Sandra Mol que no es otro que el nombre de soltera de Sandra Van Veen, esposa de Jeroen y 50% de Piano Duo, el nombre artístico que el matrimonio ha escogido para sus discos y conciertos conjuntos.

Trailer promocional de "NLXL" con la música de Van Veen

El quinto y último disco de la colección recoge una extensa obra conceptual titulada “NLXL”, mismo título que el libro de fotografías de Karel Tomeï en el que está basada. En su libro, el artista recoge una serie de panorámicas aéreas de diferentes paisajes de Holanda, centrándose en las estructuras geométricas de todo tipo que ofrecen los campos, las ciudades, etc. (no es esta la primera vez que Van Veen se inspira en la obra de Tomeï para alguno de sus discos ya que la portada de la caja “Solo Piano Music” dedicada a Simeon Ten Holt utilizaba ya una imagen del libro “NLXL”). Van Veen agrupó las imágenes por temáticas y compuso una serie de piezas breves para diferentes instrumentos de teclado que estarían basadas en cada escena. Alternándose entre los diferentes grupos de composiciones podemos escuchar sonidos grabados en localizaciones físicas a modo de guía que ayude al oyente a situar cada pieza junto a su correspondiente entorno visual. Al margen de su gran extensión, “NLXL” es también la obra de la caja que presenta una mayor variedad musical lo que incluye también un gran número de instrumentos que incluyen dos pianos, pianos eléctricos, sintetizadores, pianos de juguete y grabaciones en cinta. A pesar de existir hasta 27 cortes en el disco, si atendemos a la división en “soundscapes” del mismo nos encontraríamos con 10 partes diferentes. La primera haría referencia a imágenes del Mar del Norte y aparece prologada por unas notas dispersas de piano de juguete acompañada de efectos sonoros de olas rompiendo en la costa. A partir de ahí escuchamos el primer tema musical en el que piano, piano de juguete y sintetizadores se alternan en la ejecución de la melodía central. La sola presencia del piano de juguete nos traslada de forma inevitable a la música de Yann Tiersen con la que encontramos importantes similitudes en este movimiento. La segunda parte estaría centrada en imágenes de dunas y se nos presenta tras una serie de efectos sonoros de pájaros. La música insiste en la melodía de la parte anterior a la que se añaden algunos temas nuevos de acompañamiento pero el gran cambio viene de la mano de la instrumentación, casi por completo electrónica durante toda esta sección. Más trinos de pájaros hacen las veces de transición hacia la tercera parte, dedicada a la pequeña población de Oud-Maarsseveen, principalmente dedicada a la agricultura y en la cual, la distribución geométrica de las fincas, vista desde el aire, ofrece preciosos espectáculos repetitivos muy acordes con la música que sigue sonando muy cercana a los planteamientos estéticos de Yann Tiersen en los primeros instantes para girar de forma radical hacia una especie de duplicado del Philip Glass de los momentos más intensos de bandas sonoras como “Koyaanisqatsi”. Una serie de sonidos de automóviles nos ponen en situación sobre el siguiente entorno visual que aborda Van Veen en la obra: la autopista A-10 cercana a Amsterdam. De nuevo asistimos a una importante similitud con el Glass de “Koyaanisqatsi” pero esta vez, no en cuanto a las melodías sino en cuanto a la sonoridad con un órgano afilado muy próximo al que abría aquella obra del compositor norteamericano. El tema musical, en cambio, es una nueva variación del que podemos considerar ya como el leitmotiv de toda la obra. Un nuevo cambio nos introduce en la sección dedicada a los trenes en la volvemos a escuchar una música con una gran influencia de Philip Glass y es que parece evidente que, a la hora de poner música a imágenes, Van Veen se ha dejado influir por el compositor que más ha trabajado en ese campo de todos los pertenecientes a la corriente minimalista y alrededores. Sólo el último segmento de esta parte nos muestra a un Van Veen original, con un cierto aire clasicista que se deja notar especialmente en la miniatura que cierra la sección de los trenes. La sonoridad electrónica y el tono barroco de la obra nos hacen pensar inmediatemente en los trabajos seminales de Wendy Carlos dedicados a J.S.Bach. Llegamos a la siguiente parada del recorrido; nada menos que Amsterdam. Escuchamos como presentación los típicos sonidos urbanos, ambulancias, tranvías, coches que llevan la música alta, etc. Van Veen cambia de nuevo de discurso introduciendo ritmos electrónicos y timbres algo más agresivos en sus teclados. La música no tiene ahora nada que ver con ninguna otra que hayamos escuchado en la caja y se acercaría más a planteamientos estéticos de autores no estrictamente minimalistas como Clint Mansell o a minimalistas de las últimas generaciones como Max Richter o Geoff Smith. Por su originalidad dentro de la obra, tenemos que destacar este corte titulado “Industrial Threat” como uno de los mejores de todo el trabajo. Tras él pasamos al siguiente “soundscape” dedicado a la industria. Para ello, Jeroen hace una referencia nada velada al “Canto Ostinato” de Ten Holt utilizando las siete notas iniciales de la obra para, mediante su repetición continua a cargo de diferentes instrumentos, crear una pieza independiente que comienza igual pero se desarrolla de forma completamente diferente mostrándonos las infinitas posibilidades de este modo de componer en el que, al igual que ocurre con los fractales en matemáticas, la menor variación en cualquier parámetro crea una multiplicidad de nuevas posibilidades realmente inabarcable. Llegamos así a la penúltima parte de la obra, encabezada por un “soundscape” titulado, simplemente, “Extrema”. En él escuchamos un ritmo discotequero que nos sugiere un nuevo giro de 180º en la obra pero que no sigue por los mismos derroteros ni mucho menos. Asistimos ahora a una serie de cortas pero poderosas secuencias de piano que se suceden formando una interesante red de sonido que termina revelándose como una de las más interesantes partes de toda la obra. En su parte final vuelve la referencia a Glass que ya escuchamos en la sección dedicada a la autopista A-10. El último tramo de “NLXL” está centrado en el barrio de “Zaanse Schans”, uno de los más pintorescos de toda Holanda en el que se conservan varios molinos de postal, casas de cuento infantil, museos de zuecos tradicionales y demás atractivos turísticos. Se guarda para el final nuestro músico algún as bajo la manga como la sensacional pieza titulada “Sliced Country”, una maravilla llena de ritmo en la que explota sus mejores cualidades como compositor e intérprete. Como cierre de la obra y al mismo tiempo de la caja, Van Veen realiza una recapitulación de la misma centrándose en el tema central con el que ésta daba comienzo más de una hora atrás. Podéis disfrutar de una versión en directo de "NLXL" al completo cortesía del propio Van Veen a través de su canal de youtube:



Nos produce una gran satisfacción comprobar cómo intérpretes de la talla de Van Veen, no sólo pelean por un tipo de música en el que creen contra la opinión de sus maestros que le decían que “no hay futuro en la música minimalista” sino que además, encuentran tiempo para escribir su propia música que se nos muestra aquí como llena de interés. Van Veen ya demostró que podía destacar en la música "clásica" como intérprete (su grabación de "Les Noces" de Stravinsky para cuatro pianos es considerada por muchos como la mejor interpretación de esa obra) pero escogió otro camino diferente. Cierto es que aún le falta liberarse del todo de algunas influencias que todavía se dejan notar con demasiada nitidez (aunque intuimos que es algo buscado conscientemente por el artista) pero poco a poco va edificando un discurso propio que, habida cuenta de su juventud, tiene que dar aún muchos momentos de disfrute a sus oyentes. Esto no significa en modo alguno que vaya a abandonar su labor divulgativa a la hora de grabar la obra de otros compositores no demasiado conocidos por el gran público ya que mientras escribíamos estas líneas os llega la noticia de la próxima publicación de otra colección a cargo de Van Veen dedicada a la música para piano de otro compatriota suyo: Jacob Ter Veldhuis en Brilliant Classics. Esperamos ese disco con impaciencia mientras disfrutamos de la obra propia de Jeroen.

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Os dejamos con una pequeña muestra de varias de las piezas contenidas en la caja:

Ira Stein - Carousel (1992)

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Los principales sellos de música “new age” nacieron en los Estados Unidos en los primeros años de la década de los años 80. No parece casual que coincidiera este “boom” de una música delicada, suave y llena de matices con los comienzos de un soporte como el Compact Disc que permitía la reproducción con gran nitidez de los pasajes musicales más imperceptibles y, sobre todo, que no se deterioraba con el uso. En los viejos discos de vinilo, con el paso del tiempo y las sucesivas reproducciones, los silencios se convertían en una amalgama de sonidos indeterminados que contenían de todo menos silencio. Hubo algo de esnobismo en muchos de los seguidores de aquella música (música para “yuppies” y jóvenes ejecutivos se solía decir despectivamente) que encajaría bien con esta teoría: ¿qué mejor música para enseñar a mis amigos mi sofisticado equipo estéreo con reproductor de discos compactos que este disco de piano o aquel de guitarra acústica con cantos de ballena de fondo?

Sea como fuere, lo cierto es que los sellos que luego fueron gigantes del género comenzaron a publicar coincidiendo con la llegada del disco compacto. Hemos hablado mucho aquí de nuestro favorito: Windham Hill con el liderazgo de William Ackerman y precisamente en ese sello grabó sus primeros trabajos el pianista del que hablamos hoy: Ira Stein. Como tantos otros músicos en aquellos años, su propuesta estética no terminaba de encajar en los géneros habituales: no era jazz o, al menos, le faltaba cierta garra para ser considerado así y, por supuesto, no era música “clásica”. Demasiado melódica y “bonita” para interesar a la intelectualidad. De la mano del intérprete de oboe, Russel Walder, Stein ingresó en Windham Hill y grabó algunos trabajos a dúo además de participar como intérprete invitado, como era la costumbre en la casa, en varios discos del “jefe” Ackerman.

Sin embargo, nunca terminó de consolidarse en el sello aunque tampoco era un artista demasiado prolífico, todo sea dicho. Así, unos cuantos años después dejó Windham Hill para firmar por Sona Gaia, sub-sello de la órbita de Narada, otra de las grandes compañías en el mundo de la new-age. Allí editó algunos trabajos más con Russel Walder así como varias piezas sueltas destinadas a los recopilatorios y “samplers” que periódicamente lanzaba el sello. Así transcurría el tiempo hasta que Ira se decidió a grabar su primer disco firmado en solitario, un trabajo maravilloso que aún hoy consideramos uno de los mejores en este tipo de músicas a pesar de haber pasado más de 20 años desde su lanzamiento. Se rodeó Stein de un nutrido grupo de colaboradores de gran nivel que le ayudaron a dar forma a la música que llevaba en su cabeza, probablemente desde hacía mucho tiempo. Los créditos del disco los componen: Charlie Bisharat (violín), Bill Douglass (bajo) –con una “s” más que el autor de “Jewel Lake”-, Hans Christian Reumschuessel (bajos, violonchelo, guitarras), Tom Valtin (guitarras) y Daniel Zinn (saxos). Ira se reserva el piano y los sintetizadores.

Ira Stein al piano.


“Briarcombe” – Desde el primer momento, todo invita al disfrute. Una melodía de piano es arropada enseguida por sintetizadores y violonchelo construyendo una especie de pieza de cámara realmente agradable que mejora conforme se incorporan el resto de instrumentos comenzando por un magnífico bajo y continuando por las percusiones hasta llegar al violín de Charlie Bisharat, miembro del legendario grupo Shadowfax. Él y el bajista Hans Christian Reumschuessel, magistral con el bajo sin trastes, son lo más destacado de una magnífica pieza que marca el camino por el que transcurrirá el resto del disco.



“High Country” – Es ahora otro bajo, el de Bill Douglass en su única participación en todo el trabajo, el que abre una composición con el clásico “sonido Windham Hill” si se nos permite el calificativo. El saxo soprano lleva todo el peso melódico mientras piano y bajo sirven como perfecto acompañamiento. Más adelante es el tenor el que se atreve con los solos más jazzísticos

“Continuum” – Reclama Stein su pequeña cuota de protagonismo en un disco que, al fín y al cabo lleva su nombre en la portada, con una muy interesante pieza de piano en la que se acerca al jazz más convencional con un ligero toque clásico; claro que también puede ser justamente lo contrario. Sea como fuere, se trata de otra pieza muy interesante dentro de un disco en el que todas rayan a un nivel muy alto.

“Who’s to Say” – Llegamos así a la que es una de nuestras debilidades personales que comienza con una arrebatadora melodía de piano sobre la que poco podemos añadir. Tras un par de repeticiones apareces el saxo tenor y el violonchelo simplemente para remarcarla ya que no hace falta mucho más cuando el tema es perfecto. El momento para la improvisación llega algo más tarde y aquí Stein se muestra como un músico brillante que sabe conducir la pieza por los caminos adecuados, hacer las pausas en el momento justo y liberar al resto de intérpretes justo cuando la composición lo requiere. Es difícil hacer mejor las cosas pero aún queda mucho disco por delante.



“Carousel” – El único corte del disco escrito a dúo por Stein en compañía de Charlie Bisharat deja entrever una gran influencia de éste último. El violín lleva todo el peso de la composición y el resto de sonidos: percusiones y sonidos electrónicos, son herederos claros del sonido de Shadofax. Tanto que uno espera en cualquier momento escuchar el “Lyricon” de Chuck Greenberg. A pesar de ser el tema que sirve para titular el disco, no es uno de nuestros favoritos.

“Another Country (Another Soul)” – Imposible no acordarse de Paul Winter al escuchar las primeras notas de saxo que abren esta composición. No tarda, sin embargo, Ira Stein en llevar las cosas por otros derroteros en cuanto aparece su piano marcando un intenso ritmo al que contribuye de manera excelente el percusionista John Loose. La pieza es un prodigio de simplicidad que sin embargo funciona maravillosamente bien. Violonchelo y saxos se alternan en los solos durante unos instantes antes de llegar a un momento en el que la progresión del piano combinada con el saxofón nos recuerdan al mejor Jan Garbarek en otro de los puntos culminantes del trabajo.

“An Open Door” – Uno de los temas más extraños del disco, con un ritmo monótono en el inicio a cargo de la guitarra y las percusiones, el piano improvisando retazos de melodía con destellos amplificados por los ecos y un saxo indefinido que nos hace pensar sin un motivo claro en el Vangelis de “The City”. Una pieza poco común pero con un raro atractivo.

“A Place Without Words” – Continuando con la línea estilística de la mayor parte del disco, Stein nos muestra otro ejemplo de buen hacer, primero al piano como actor principal y luego acompañando al saxo en un dueto realmente bello al que se suma algo después Charlie Bisharat en otra de sus notables intervenciones en el disco. Escasas quizá pero muy bien escogidas.

“Sevilla” – Stein tuvo la oportunidad de tocar en Sevilla junto con Russel Walder en los meses previos a la grabación del disco y seguramente de ahí sacó la inspiración para este magnífico tema de piano que reúne todas las características de la música que se hacía en aquellos años para este instrumento, desde la delicadeza de George Winston hasta la energía y vigor de Bruce Hornsby, referente que, sin duda, debía estar en la cabeza de Ira al componer algunas partes de esta pieza.

“Jonathan’s Lullaby” – El punto final lo pone una juguetona pieza de piano con aire de vals en un principio que se va complicando poco a poco con la adición del resto de músicos. Cada repetición de la melodía contempla la suma de un intérprete o de una nueva sección hasta terminar con un final pausado en la línea de todo el trabajo.


Como ya indicamos más arriba, creemos que “Carousel” se puede contar entre los diez mejores discos en su género, lo cual supone un gran mérito para un músico como Ira Stein cuya discografía es tremendamente corta en relación con su talento. Si buscáis un trabajo de música instrumental, acústica, sin estridencias y con momentos de gran inspiración, no os será fácil hallar uno mejor que éste. No son muchas las grabaciones procedentes de la edad dorada de la música “new age” que siguen sonando bien hoy en día y “Carousel” es una de ellas. No os arrepentiréis si decidís darle una oportunidad.

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Alasdair Fraser & Paul Machlis - The Road North (1989)

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El primer disco del dúo formado por Alasdair Fraser y Paul Machlis fue maravilloso por lo que superarlo parecía un reto de dimensiones colosales. Lo consiguieron. Recordemos que aquel “Skyedance” fue la primera referencia de Culburnie Records, sello tutelado por el propio Fraser y nos regalaba una combinación exquisita de música tradicional escocesa, arreglos clasicistas y algún elemento de jazz. El violinista grabó poco después otro disco a dúo, en este caso con el guitarrista Jody Stecher como compañero que llevó por título “The Driven Bow” pero el maravilloso “Skyedance” llamó la atención de un sello algo mayor de la que hablamos recientemente como era Narada. A través de su división de “world music”, por definirla de un modo más o menos convencional, Sona Gaia, el sello norteamericano llamó a la puerta de Fraser y Machlis para que éstos grabasen el que sería su segundo disco.

No se escatimó en recursos y se consiguió la colaboración de estrellas de la competencia más directa como sería Windham Hill en las figuras del guitarrista de Nightnoise, Mícheál Ó Domhnaill, el percusionista Tommy Hayes (quien ya aparecía en el primer disco de Fraser y Machlis), por último, del también violinista y fundador de Nightnoise Billy Oskay que se limitaría a cuestiones técnicas y de producción sin interpretar ni una nota en el disco. El trabajo se iba a grabar en los estudios Nightnoise en Portland con lo que la garantía de calidad sonora y, quizá más importante, el perfecto conocimiento del tipo de música que tenían entre manos estaba asegurado. Completa el plantel del disco el bajista Glen Moore, músico afincado en Portland pero con un currículum que desmiente a cualquiera que piense que se eligió a un artista local para rellenar: fundador de Oregon, había grabado con Ralph Towner para ECM, el Paul Winter Consort, Dave Holland o Paul Bley.

Como ya había ocurrido en “Skyedance”, las composiciones estaban muy equilibradas entre las propias de los miembros del dúo, las de procedencia tradicional y las firmadas por otros músicos, desde los contemporáneos como el norteamericano de ascendencia escocesa Jerry Holland, nacido apenas tres años antes que Fraser, Dave Richardson, acordeonista inglés miembro de Boys of the Laugh, hasta clásicos como el violinista escocés de finales del S.XIX y comienzos del S.XX, J. S. Skinner o, remontándonos aún más atrás, William Marshall, a caballo entre el S.XVIII y el XIX.

Portada alternativa del disco para una reedición posterior.


“Laughing Wolf / Mountain Madness” – Abre el disco un set de dos temas escritos respectivamente por Machlis y Fraser. El primero es una alegre tonada en la que el piano marca el ritmo mientras el violín ejecuta una melodía de inequívoco sabor celta. La percusión de Hayes, un auténtico maestro en ese arte, es equilibrada y complementa perfectamente al dúo. El tema de Fraser es un prodigio de energía y saber hacer en el que Alasdair combina sus dos instrumentos, violín y viola, a la perfección. La intervención de Ó Domhnaill a la guitarra nos lo muestra como el dominador perfecto del instrumento a la hora de llevar la parte rítmica de cualquier composición.

“Traditional Gaelic Melody” – Machlis ejecuta esta melodía tradicional al piano con el único acompañamiento, en primera instancia, del bajo hasta que aparece Fraser añadiendo el puntito de magia necesario para transformar un bonito tema en algo real mente excepcional gracias a un magnífico dúo violín-viola posible gracias al trabajo en el estudio de grabación.



“Tommy’s Tarbukas” – Sin solución de continuidad, el suave aire anterior enlaza con una exuberante melodía llena de ritmo que Fraser compuso en honor de Tommy Hayes. Ciertamente en los primeros minutos de la misma son ambos músicos los que cargan con el peso de la pieza asumiendo el rol de acompañante Machlis al piano. Es este una de los mejores momentos de todo el trabajo sin lugar a dudas, en el que podemos comprobar hasta dónde llegan las capacidades de los intérpretes.

“Bennachie Sunrise / Willie’s Trip to Toronto” – El sensacional bajo de Glen Moore abre el siguiente corte, obra de Machlis en su primera parte y de Glen Moore abre el siguiente corte, obra de Machlis en su primera parte y de Jerry Holland en la segunda. La pieza de Machlis en un aire lento en el que Fraser demuestra por qué es, quizá, el gran violinista de la música celta, con una expresividad y un virtuosismo que se nos antojan inalcanzables por cualquier otro intérprete en su género. Machlis se reserva una preciosa parte de piano que anticiparía lo que escucharíamos un poco despúes en sus discos en solitario. La segunda parte, como es habitual en este tipo de “sets” contrasta en cuanto a ritmo con la primera, siendo en esta ocasión mucho más rápida e incorporando más elementos rítmicos como el bodhran de Tommy Hayes y la guitarra de Míchéal Ó Domhnaill.

“Slow Train” – Llegamos así al único tema de todo el disco firmado en tu totalidad por Paul Machlis. Consiste en una introducción de piano con un ligero aire balcánico cuya melodía se repite un par de veces antes de saltar de las teclas al violín. Las partes de bajo, magníficas en todo el disco, son sutiles pero imprescindibles en temas como éste, especialmente cuando los músicos van entrando en calor y la música se acelera. En la segunda mitad de la pieza, las similitudes con el sonido de Nightnoise, especialmente en la etapa en la que Billy Oskay era miembro de la banda, son notables lo que nos recuerda la presencia en el disco de dos de los integrantes de aquel grupo aunque en este caso Ó Domhnaill no llegue a intervenir.

“Invercassley Falls / Trip to Ballyshannon” – Segundo set conformado por una pieza de Machlis y otra de Fraser. La primera y más lenta parece escrita para mayor lucimiento del violinista quien luce especialmente a dúo con Glen Moore. El tema que completa la dupla es una danza de aire tradicional en la que Fraser se encuentra particularmente cómodo y donde podemos disfrutar de una gran sección rítmica a cargo de Ó Domhnaill y Hayes.

“Calliope Housel / The Cowboy Jig” – Llegamos así a uno de los grandes momentos del disco con Alasdair Fraser interpretando una tonada de Dave Richardson que se ha convertido en un clásico del repertorio del violinista (no falta en sus conciertos y la ha vuelto a grabar para algún disco posterior). Machlis acompaña a los sintetizadores, algo no muy habitual en el disco, y Hayes vuelve a lucirse a las percusiones, en especial en la segunda parte de la pieza, de origen tradicional.

“Bovaglie’s Plaid” – Si hay un músico por el que Fraser siente una admiración sin límites, ese es J.S. Skinner, autor de la que es una de las más bellas melodías de todo el disco. Se trata de una pieza exquisita, emocionante hasta decir basta, en la que nuestro violinista favorito hace una interpretación conmovedora. Los arreglos de sintetizador de Machlis, exclusivamente como fondos, no hacen sino resaltar el carácter excepcional de la obra de Skinner.



“The Banks of Spey / Brenda Stubbert’s Reel” – Una pieza de William Marshal combinada con otra de Jerry Holland nos acercan al final del disco. Quizá la primera de ellas sea la mejor, por sentarle como un guante al estilo más agresivo de Fraser, acompañado por el no menos enérgico piano de Machlis aunque el “reel” con el que se resuelve el “set” no resulta menos inspirado, especialmente por la aportación de los ritmos del dúo Hayes-Ó Domhnaill.

“The Road North” – Cerrando el disco, escuchamos otra pieza maravillosa escrita por Fraser y que se convierte en la despedida perfecta. Comienza con un lamento de violín que nos hace vislumbrar la clásica imagen del gaitero entre la niebla, tocando su música en la cima de un acantilado. No se puede tocar mejor el violín de lo que lo hace Alasdair en esta composición con aire de himno y que, dentro de su solemnidad, revela a un músico en estado de gracia.

Aunque la colaboración entre Fraser y Machlis no terminó aquí, lo cierto es que “The Road North” fue el último disco que firmaron a dúo si excluimos el primer volumen de la colección de Fraser “Legacy of the Scottish Fiddle”. Ambos músicos han colaborado en los discos de su colega y formaron Skyedance, supergrupo de música celta del que a buen seguro hablaremos por aquí más adelante. Disfrutemos por ahora de su legado como pareja artística en forma de dos discos exquisitos. Si “The Road North” ha despertado vuestro interés, está disponible en los enlaces de siempre.

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Nos despedimos con el dúo, reforzado por la violonchelista Natalie Haas interpretando en directo un set de piezas encabezado por "Calliope Housel".

Bass Communion - Loss (2006)

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La variante más arriesgada de la música de Steven Wilson es, sin duda, la que aborda bajo el nombre de Bass Communion. Tras esa denominación, el polifacético artista explota su faceta electrónica dentro de estilos tan alejados de la comercialidad como son el “ambient” o la “drone music”. El disco que hoy comentamos llegó en un raro momento en la carrera de Wilson en el que apenas estaba lanzando trabajos nuevos. El año anterior había grabado “Deadwing” con Porcupine Tree y un single de la serie “Cover Version” firmado con su propio nombre. El resto de trabajos publicados fueron conciertos (tanto de Porcupine Tree como de Blackfield). Por el contrario, su actividad como Bass Communion se encontraba en un momento dulce con discos y colaboraciones que aparecían cada pocos meses. “Loss” iba a ser otro de esos lanzamientos pero contaba con una característica distintiva. Parecía un trabajo más pulido y reflexivo que los demás; dentro de la discografía de Bass Communion hay discos de estudio más complejos y otros que surgen de improvisaciones en directo. Éste estaría en el primer grupo.

Cuando Steven Wilson comenzó a publicar discos con éste pseudónimo, no sólo le sirvió para explotar a fondo su vena electrónica sino también para despojar de ella a la música de Porcupine Tree. Desde entonces, Bass Communion ha sido una vía de escape a través de la que el músico ha mantenido una línea regular de publicaciones que, si lo observamos detenidamente, es la más extensa de su ya prolífica carrera. En el momento de su publicación “Loss” fue un vinilo con una tirada limitada de 450 ejemplares pero como es costumbre cuando hablamos de los proyectos de Wilson, poco después fue reeditado en CD y acompañado de un DVD con la correspondiente mezcla en 5.1.

El disco consta en realidad de una pieza de unos cuarenta minutos de duración dividida en dos partes sólo por la necesidad que imponía en su momento el formato de vinilo.

Portada original de la primera tirada en vinilo.


“Part 1” – Comienza el disco con un sordo golpe, como de un pesado fardo que cae desde una mesa e inmediatamente después escuchamos unas notas perdidas de piano. Un piano desafinado, herido, con un discurso agónico, a borbotones. Recuerda a esas viejas películas en las que alguien fallece justo cuando va a pronunciar el nombre de su asesino. De fondo comenzamos a escuchar un pulso rítmico fantasmagórico que se transforma en ruidos muy tenues que contribuyen a conformar una atmósfera onírica. Mientras tanto, el piano sigue sonando. Quizá un poco más desafinado. Quizá es el oyente el que comienza a no poder fiarse de sus sentidos. El rumor de fondo va creciendo y creemos escuchar entre el crepitar de un viejo disco de vinilo, la señal telefónica perdida de una vieja línea analógica, pequeños golpes indeterminados, algún viejo artilugio rodando por el suelo del piso superior... A estas alturas no queremos abrir los ojos por miedo a lo que podemos encontrar a nuestro alrededor si conseguimos alcanzar el interruptor de la luz. Durante unos instantes, el piano desaparece y es sustituido por el sonido de algún tipo de barra metálica golpeando sin demasiada fuerza cerca de nosotros. El rumor es ahora mucho más perceptible y en algún sitio canta un ominoso coro. El pianista ya no está pero alguien ocupa su sitio y contempla el instrumento con un gesto entre curioso y sorprendido mientras golpea algunas teclas sin demasiado sentido. No importa ya porque el rumor lo ocupa todo en forma de viento helado que trae consigo voces del más allá.



“Part 2” – La segunda parte es bastante diferente a pesar de partir de elementos similares. El piano vuelve a aparecer pero ahora suena en sus registros más graves y lo hace con acordes muy espaciados, sin un discurso coherente como lo era, a su modo, el de la primera parte. El acompañamiento es más electrónico que antes, probablemente a base de manipulaciones del propio eco del piano combinadas con efectos clásicos del género “planeador-secuencial” de los años setenta. Seguimos, no obstante, inmersos en una atmósfera opresiva e inquietante. El título del disco hace referencia a una pérdida y debe tratarse de una muy dolorosa para que la música que la represente sea tan oscura e inquietante. Del mismo modo que ocurría en la primera parte del disco, conforme pasan los minutos, el peso del piano de difumina ganando presencia progresivamente el ruido: sonidos indeterminados y efectos de ruido blanco. Así, el tramo final es un ejercicio de mezcla de texturas sonoras y efectos sonoros que solo un músico como Steven Wilson puede crear.


Es evidente que la música de Bass Communion no es para todo tipo de oyentes. Si hemos llegado a la convención de llamarla “ambient” es por cuestiones descriptivas pero que nadie espere demasiados puntos en común con los nombres más representativos del género. A nuestro juicio, “Loss” es una de las mejores entregas del proyecto y por ello la traemos aquí, conscientes de que no es una música sencilla de asimilar. Ni siquiera cumpliría la prendida función principal del “ambient” (aunque habría mucho que decir al respecto). No sirve para acompañar de un modo utilitario al oyente mientras este hace otras cosas. No es música que suena indiferente sino que tiene un importante componente desasosegante, que pone en guardia al oyente. No podemos evitar la sensación de que cuanto más tratamos de decir sobre “Loss” más lejos nos encontramos de describirlo adecuadamente por lo que recomendamos al oyente interesado que se haga con el disco para juzgar por sí mismo. Nada más fácil (que no económico) que acudir a los habituales enlaces:



Michael Manring - Drastic Measures (1991)

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No es casual que las veces que Michael Manring ha aparecido en el blog lo haya hecho como músico de apoyo de otros artistas o como miembro de una banda de efímera duración. La trayectoria del bajista norteamericano propicia esta situación ya que, a pesar de formarse en las mejores escuelas (incluyendo el Berklee College of Music, aunque no llegó a graduarse), la mayoría de los discos en los que ha participado son de otros.

A pesar de no conseguir la titulación en una de las más prestigiosas instituciones musicales del planeta, Manring completó su formación de la mano de Jaco Pastorius, lo cual, bien podría convalidar cualquier título académico cuando hablamos de un instrumento como el bajo.

Su carrera discográfica tuvo su inicio en Windham Hill acompañando a su gran amigo Michael Hedges y a partir de ahí se convirtió en uno de los músicos cuyo nombre aparece en más discos del sello, desde los del “jefe” William Ackerman hasta los de Philip Aaberg o Alex de Grassi aunque colaboró con otras estrellas de la “new age” ajenas al sello como Suzanne Ciani o Paul Machlis. Tardó bastante en grabar sus propias ideas, algo que hizo primero como miembro del grupo Montreux junto con Darol Anger, Mike Marshall y Barbara Higbie y poco después ya en solitario. Manring es un bajista espectacular capaz de arrancar sonidos insospechados a sus instrumentos, la mayoría de los cuales están constridos por Zon Guitars, empresa que comenzó con una tienda en Nueva York regentada por Joe Zon, bajista y luthier que ha llevado a su pequeño negocio a ser una de las compañías más prestigiosas en el terreno del bajo. La colaboración entre Manring y Zon llevó a la creación de algunos modelos realmente innovadores de bajo, dentro de los que destaca el “hyperbass”, bajo sin trastes que permite cambiar la afinación de las cuerdas mientras se toca. Manring es un maestro en el bajo sin trastes como buen discípulo de Pastorius y a partir de él ha elaborado un mundo sonoro realmente particular.

El disco que hoy traemos aquí fue el tercero de los que publicó en solitario y, precisamente, aquel en el que “debutaba” el “hyperbass”. A pesar de que Manring toca varios instrumentos, redujo el número de ellos frente a discos anteriores cediendo parte del protagonismo a otros músicos, la mayoría habituales del sello Windham Hill. La lista la integran Paul McCandless (todo tipo de maderas y sintetizadores de viento), Clifford Carter (piano), Mark Walker (batería y percusiones), Tom Miller (glockenspiel y percusiones), el bajista del Pat Metheny Group, Steve Rodby (sintetizadores y bajo) y Fred Simon (sintetizadores). Otra novedad es la utilización de tres composiciones ajenas, tres clásicos de otros artistas muy diferentes entre sí pero capitales, cada uno en su estilo.

Michael Manring.


“Spirits in the Material World” – Comienza el disco, nada menos que con una versión de un tema de otro bajista, Sting, quien compuso la canción para el cuarto disco de The Police, “Ghosts in the Machine”. La versión en sí no es gran cosa en cuanto a arreglos o interpretación y es una más de esas adaptaciones que se limitan a sustituir la parte vocal por otro instrumento (en este caso el bajo) sin mayor variación. La ejecución, por otra parte, es notable, algo lógico cuando hablamos músicos del nivel de los participantes en el disco.

“Hopeful” – Cambia la cosa con el segundo corte en el que escuchamos ya a Manring en plan virtuoso a dúo con un excepcional Paul McCandless. El tema es una balada lenta de delicada factura en la que la expresividad de nuestro artista con los distintos tipos de bajo es realmente difícil de igualar. Los arreglos son muy ajustados y se limitan a resaltar la melodía principal que con el único apoyo de las percusiones y algún teclado tiene la ayuda necesaria para sonar casi perfecta.



“Red Right Returning” – No faltan en el disco los solos de bajo y éste es el primer ejemplo. Manring utiliza varios bajos diferentes pero se centra en el “hyperbass” explotando su particular sonido. Se trata de una pieza lenta en la que escuchamos todo tipo de técnicas, incluyendo el “tapping”, tan característico del guitarrista Michael Hedges pero menos habitual en bajistas. Un gran tema en el que, a pesar de ser un virtuoso del instrumento, Manring no se pierde en exhibiciones vacías en beneficio de una mayor musicalidad.

“Gizmo” – Volvemos a escuchar a la banda al completo con McCandless ejecutando las principales líneas melódicas y Manring en el papel de acompañante destacado. Muy correcta la percusión durante toda la pieza en la que destacamos un solo muy jazzistico a cargo del bajista en la parte final que nos recuerda a Metheny en muchas cosas. Quizá haya que señalar aquí que Steve Rodby no sólo toca en algunos temas sino que es el productor del disco y eso termina notándose.

“Oyasumi Nasai” – El sonido del bajo, casi irreconocible para quienes estén acostumbrados a escucharlo como mero acompañamiento abre una pieza llena de inspiración y sensibilidad a la que Paul McCandless le da el toque perfecto y es que, si Manring es uno de esos artistas que marcaron los años dorados del sello Windham Hill, la forma de tocar de Paul a los saxos, al oboe o al clarinete, define como pocos el sonido característico del sello de William Ackerman.

“Purple Haze” – La segunda versión que aparece en el disco es la más impresionante de todas ya que Manring se atreve con un clásico, nada menos que de Jimi Hendrix. Además, lo hace interpretando la pieza en riguroso directo y sin ningún tipo de arreglo posterior en estudio. Si alguien duda de la categoría de Manring como intérprete, debería dar una escucha a esta pieza.



“Deja Voodoo” – Llegamos a una de nuestras piezas favoritas del disco, con una inyección de energía a cargo de la batería que transforma el  que podría ser un tema más del disco en un precioso corte de jazz-fusión que entronca con algunos de los mejores temas de los dos primeros discos de Manring en solitario. Continuos cambios de ritmo, melodías inspiradas e interpretaciones impecables conforman una pieza magistral que nos recuerda que la faceta como compositor de Manring, siempre empequeñecida por la de intérprete, no es nada desdeñable.

“Watson & Crick” – De nuevo escuchamos al músico en solitario y sin aportes posteriores en una pieza grabada en una sola toma en la que se revela como un maestro del “tapping”, técnica mediante la que el intérprete consigue arrancar sonidos extraordinarios a la guitarra o el bajo pulsando las cuerdas con los dedos de ambas manos sobre el mástil del instrumento. Una auténtica clase de interpretación en apenas cinco minutos a cargo de Manring.

“Wide Asleep” – Llegamos a la parte más amable del disco. Aquella que cualquier oyente relacionaría enseguida con la mayoría de los lanzamientos de Windham Hill en la época, algo de lo que, una vez más, podemos considerar como principal responsable a Paul McCandless. Es esta una pieza vitalista, alegre y esperanzadora, de esas que son capaces de levantar el ánimo de cualquiera.



“500 Miles High” – El último tema compuesto por otro músico del disco es esta pieza de Chick Corea a la que Manring despoja de buena parte del toque latino que tenía en el original pero conservando gran parte de sus virtudes. A pesar de que la traslación de una pieza de piano al bajo se antoja mucho más complicada que la de una de guitarra como podía ser la anterior “Purple Haze”, creemos que Manring supera la prueba con nota y que, en muchos aspectos, la versión supera al original, aunque suponemos que en esto no será fácil que muchos lectores estén de acuerdo.

“When Last We Spoke” – Cerrando el disco escuchamos una pieza más cercana al jazz en la que encontramos paralelismos con el ya citado Pat Metheny lo cual, dicho sea de paso, no puede ser sino un elogio para Manring ya que consideramos al guitarrista como uno de los grandes de las últimas décadas.


Con “Drastic Measures”, Manring logra su disco más equilibrado hasta la fecha mediante una combinación perfecta de temas propios y versiones, de piezas interpretadas en solitario y con toda la banda y de frágiles baladas y animados cortes de jazz-fusión. Aunque el intérprete optó por derroteros muy diferentes en las siguientes años, lo que, por otra parte, hace que sea tremendamente injusto colgarle la etiqueta de “músico new age”, estos primeros trabajos nos parecen muy interesantes y recomendables. La trayectoria posterior del músico giró hacia territorios cercanos al rock progresivo e, incluso, al metal progresivo pero manteniendo un cierto espíritu jazzístico y de fusión muy presente en todo momento. Hablamos en su momento del primer disco de Attention Deficit, que sería un buen ejemplo de esto pero hay muchos más que con el tiempo irán apareciendo por aquí. Según la propia web de Manring, sus tres primeros discos para Windham Hill, entre los que figura “Drastic Measures” están descatalogados pero aún es posible encontrarlos en alguna tienda on-line.

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Philip Glass en el Teatro Casyc de Santander, 8 de julio de 2014

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En ocasiones como estas, uno tiene la sensación de estar asistiendo a un acontecimiento que va más allá de un mero concierto. Cuando leemos en algún libro de historia de la música algún capítulo acerca del estreno de tal o cual obra maestra o sobre determinado concierto histórico en el que el propio compositor dirigía la orquesta o interpretaba su propia obra sentimos una cierta envidia y preguntas como ¿qué se sentiría al estar allí? O ¿serían conscientes en aquel momento los asistentes de la relevancia del suceso?

No podemos evitar sentir algo así cuando asistimos a un concierto de uno de los grandes compositores contemporáneos como Philip Glass quien, a buen seguro, ocupará varias líneas en los hipotéticos libros de texto o sus equivalentes en el futuro cuando hablen de la música  de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Y es que una actuación de un artista de esta talla va mucho más allá de la interpretación que, de hecho, sería mucho mejor si corriera a cargo de muchos pianistas más duchos y entregados a esa habilidad que el propio Glass, intérprete correcto a lo sumo.

Precisamente esta limitación interpretativa del músico norteamericano, lastró en cierto modo el repertorio del concierto. Glass tiene ya una larga lista de composiciones para piano que perfectamente podrían formar parte de sus actuaciones aunque buena parte de las mismas serían en realidad adaptaciones de otros músicos (principalmente Michael Riesman) de otras obras escritas para diversas instrumentaciones como la banda sonora de “Las Horas”, la de “Dracula”, la “Trilogy Sonata” etc. Recordamos, incluso, cómo el propio Glass hablaba de la escritura de sus “Etudes” como una forma de ampliar su repertorio pianístico más allá de las piezas que interpretaba habitualmente. Aún está reciente el estreno de la integral de dichos estudios, ampliados a veinte desde de los seis iniciales escritos en 1994 y los cuatro que se le añadieron a comienzos de la década pasada. Habría sido esta una buena oportunidad de escuchar alguno de esos diez nuevos estudios que, sin duda, podrían haber supuesto un atractivo añadido al concierto.



Optó en esta ocasión el músico por un repertorio “conservador” en el que se ofrecía una selección de piezas la más “nueva” de las cuales tenía veinte años. El recital dio comienzo con “Mad Rush”, pieza clásica donde las haya dentro del repertorio glassiano. Quizá algo larga para abrir un concierto por aquello de que siempre hay una parte del público que no sabe muy bien qué es lo que va a ver exactamente y un inicio como ese puede ser un choque algo duro. La interpretación fue sobria aunque el sonido del piano fue demasiado denso en algún momento, no siendo fácil apreciar todos los matices de la pieza incluso para oyentes que la hemos escuchado en decenas de versiones diferentes a cargo de todo tipo de pianistas. Continuaba el concierto con un “set” compuesto por cuatro de las cinco partes de “Metamorphosis”, concretamente las que van de la segunda a la quinta interpretadas de forma enlazada sin apenas interrupción entre ellas. Llegabamos así al quizá fue el mejor momento de toda la noche cuando Glass recordó al que fuera su amigo, el poeta Allen Ginsberg. Recordó el músico alguna anécdota vivida en compañía del autor de “Howl” y habló de cómo durante un tiempo interpretaba “Wichita Vortex Sutra”, la composición basada en el poema del mismo título del símbolo de la generación “beat”, en sus conciertos acompañando la música (¿o debería ser al revés?) con una grabación en la que el propio Ginsberg recitaba la poesía con su personalísimo y teatral estilo. Glass recordó aquellos conciertos y también cómo poco a poco dejó de utilizar la cinta hasta que recientemente la encontró y la incorporó de nuevo como parte fundamental de la pieza. Acto seguido, claro está, asistimos a la ejecución de la obra. De no ser, precisamente, por la voz de Ginsberg en este último acto, el concierto hasta ese momento se había ceñido estrictamente al contenido del disco “Solo Piano” que Glass publicó en 1989 con Sony Classical. Sólo en la parte final del concierto pudimos escuchar un pequeño “set” extraído de sus “Etudes” en el que, a pesar de que creímos entender que interpretaría cuatro de los mismos, nos pareció reconocer los numerados como 1º, 2º, 8º, 9º y 10º de la colección. Con ellos puso fin a un concierto en el que sólo aguardaba un “bis”, otra de esas piezas imprescindibles como es “Closing”, el tema con el que concluía el disco “Glassworks”.

Siempre es una experiencia positiva asistir a un concierto de una leyenda como ya es desde hace mucho tiempo Philip Glass. Incluso las pegas que le podemos poner al repertorio sólo tienen sentido desde el punto de vista del seguidor fiel del músico que conoce de sobra la parte central de su repertorio y desea escuchar cosas diferentes. Para el asistente ocasional a un concierto, es muy probable que la selección de música que escuchamos ayer en el Teatro Casyc de Santander sea la más adecuada y también la más parecida a lo que espera escuchar.


Tenemos que felicitar a la UIMP por la iniciativa que está recuperando conciertos de artistas que hacía mucho tiempo que no pasaban por Santander (desde las primeras temporadas del Palacio de Festivales). Esperamos que esto no cambie y que podamos seguir escuchando compositores contemporáneos en la programación de ésta y otras instituciones de la región.

Nos despedimos con un video en el que un joven Philip Glass interpreta "Metamorphosis IV":


 

Eno · Hyde - Someday World (2014)

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Brian Eno es un personaje que tiene ya una trayectoria que está ya muy por encima de cualquier etiqueta. Ha firmado algunos de los discos más influyentes de las últimas décadas y su trabajo ha calado en artistas tan diferentes que, de un modo u otro cualquier aficionado medio actual ha escuchado algo de Eno incluso sin ser consciente de ello.

A pesar de su tremenda importancia como artista, creemos que buena parte de lo mejor de su discografía, especialmente en los últimos lustros nace de su colaboración con otros músicos. Se diría que el reto de enfrentar sus ideas con las de otros artistas saca lo mejor de Eno y eso dice mucho en su favor. Certifica que, además de talento, tiene la suficiente amplitud de miras para trabajar con ideas que, en muchos casos son radicalmente diferentes a las suyas. Si tomamos al azar combinaciones de músicos con los que Eno ha colaborado, nos resultaría casi imposible extraer elementos comunes entre ellos. Ese es el gran mérito de nuestro artista que se crece ante el desafío de extraer lo mejor de ideas ajenas y mezclarlas con las suyas propias. Aunque Brian Eno y Karl Hyde se conocieron en los años noventa, durante un acto benéfico para contribuir a la reconstrucción de Mostar tras la Guerra de los Balcanes, nunca llegaron a colaborar hasta hace apenas tres años cuando el productor trabajó en el tema “Beebop Hurry” de Underworld, grupo en el que Karl Hyde se dio a conocer, si bien éste último figuró en la nómina de participantes de “This is Pure Scenius!” serie de conciertos prácticamente improvisados al cien por cien en los que Eno y otros músicos daban rienda suelta a sus ideas. En aquellas sesiones se pusieron los primeros cimientos de una colaboración que cristalizaría en dos discos aparecidos con apenas dos meses de diferencia. De hecho, aún no habíamos asimilado bien el primero cuando recibimos la noticia de la aparición de un segundo que aún no hemos escuchado convenientemente pero que aparecerá por aquí si todo se desarrolla con normalidad.

La premisa del disco es simple. En palabras de Eno, tenía un buen número de “comienzos” para una serie de nuevas canciones que necesitaban ser desarrollados. Ese era el punto de partida pero si hacemos caso a Karl Hyde, el resultado final del disco no tenía absolutamente nada que ver con lo que se habían planteado en los primeros instantes. Ambos artistas hablan de una inspiración común en la música de Fela Kuti y Steve Reich a la hora de afrontar el proyecto, un álbum de canciones con formato “pop” (a la manera de Eno, eso sí”), que suponía una cierta ruptura con respecto a los anteriores trabajos del antiguo miembro de Roxy Music. Precisamente de la vieja banda de Eno procede uno de los músicos que participarán en la grabación del disco: el saxofonista Andy Mackay. No es el único músico que viene de una antigua etapa en la carrera de Eno puesto que también interviene en “Someday World” el batería de Coldplay, Will Champion. La relación completa de músicos del disco se completa con Tessa Angus y Mariana Champion (coros), la violinista Nell Catchpole, cuya colaboración con Eno se remonta al “Wrong Way Up” publicado junto con John Cale, Kasia Daszykowska y Darla Eno (voces), Don E. (teclados), Georgia Gibson (saxos), John Reynolds (batería) y Chris Vatalaro (batería). Brian Eno toca piano, teclados, bajo guitarra, batería, hace coros y canta. Karl Hyde por su parte toca guitarras, armónica, percusiones, piano, teclados y también canta y aporta su voz a los coros. Como curiosidad, Eno, el mítico productor, cede los trastos de esa tarea para este disco a un Fred Gibson de apenas 20 años de edad. Fuera complejos ¿quién dijo miedo?.

Eno & Hyde, los responsables de "Someday World"


“The Satellites” – La guitarra se combina con sonidos electrónicos en el comienzo del disco hasta que aparece una estridente sección de metal sampleada y francamente mejorable en cuanto a la tímbrica. Cuando entra la sección rítmica en pleno nos olvidamos de eso justo a tiempo para escuchar la voz de Brian Eno cantando como en los viejos tiempos. Tras el prometedor comienzo asistimos a un breve interludio que nos devuelve enseguida al tema principal. La canción es una magnífica muestra de pop elegante y sofisticado como buena parte del trabajo al que Eno nos tiene acostumbrados cuando se aventura en estos territorios.



“Daddy’s Car” – El primero de los dos cortes que firma Fred Gibson además de Eno y Hyde, nos recuerda en los aspectos formales y en determinada formas de entender la percusión al fantástico “Drums Between the Bells” que Eno nos ofreció años atrás. La diferencia la ponen los metales y la voz de Karl Hyde que cumple a la perfección con el rol de actor principal en este cometido. Los arreglos vocales y algunas ráfagas de piano de corte minimalista aportan un cierto aire de distinción muy conveniente para equilibrar los alegres metales que nos recuerdan antiguos trabajos de Eno con Talking Heads.



“Man Wakes Up” – Segunda y última colaboración de Gibson en tareas creativas en otra pieza que podría haber formado parte del citado “Drums Between the Bells”. Hay ciertas guitarras que justifican la referencia a Fela Kuti que los músicos mencionaban cuando hablaban del disco. Los característicos ritmos del músico africano se dejan entrever a lo largo de toda la canción cuyo vocalista principal es de nuevo Karl Hyde.

“Witness” – Si en el anterior tema se dejaban entrever las influencias de Kuti, en éste aparecen algunos rasgos característicos de Steve Reich, especialmente en los ritmos repetitivos del comienzo que reaparecen a lo largo de toda la pieza en la que también creemos encontrar trazas de Kraftwerk. “Witness” es un magnífico tema en el que Eno y Hyde demuestran estar en muy buena forma. Mención aparte merecen los arreglos, futuristas y perfectamente integrados en una canción que está entre lo mejor del disco sin duda alguna.

“Strip it Down” – Una interesante secuencia electrónica abre una pieza que enseguida se entrega a un ritmo marcado por un pulso continuo de ascendencia claramente “reichiana”. Volvemos a escuchar a Brian Eno como cantante principal en un tema en el que los teclados tienen un papel preponderante conduciéndonos en todo momento a través de una espiral rítmica que tiene mucho que agradecer a Kraftwerk de nuevo.

“Mother of a Dog” – Los ritmos se ralentizan ligeramente y un profundo sonido de bajo nos acerca a los oscuros ambientes del trip-hop de Bristol, iluminados sólo ocasionalmente por una guitarra particularmente brillante que opera en segundo plano. El tema destaca especialmente por lo diferente que nos resulta frente al resto del disco. El peso de la electrónica en el pasaje final es abrumador y a través de ella, el dúo nos sumerge en uno de los momentos más inspiradores de todo el trabajo. A modo de “coda” en clave ambiental, podemos disfrutar de una excelente última sección que nos deja un gran sabor de boca.

“Who Rings the Bell” – Volvemos a los ritmos obsesivos, en esta ocasión a partir de guitarra y bajo que se combinan a la perfección. La canción, a pesar de un inequívoco toque de Eno, tiene mucho en común con alguno de los recientes experimentos electrónicos de bandas como Radiohead lo que demuestra que a Eno no le duelen prendas a la hora de aprovechar cualquier posible influencia en beneficio propio. Los arreglos vocales, magníficos en toda la canción, tienen en todo caso el sello de Eno cuando trabaja para otros grupos (pensamos esta vez en U2, banda a la que creemos que hay un pequeño homenaje en los segundos finales del tema).

“When I Built this World” – Los dos últimos cortes del disco los firma Brian Eno en solitario. El primero de ellos, con un fuerte tratamiento electrónico de sonidos y voces en el comienzo, se transforma después en una fantástica pieza en la que las cuerdas irrumpen imparables creando un efecto sorprendente. La larga sección final es una sucesión continua de ritmos con alguna ligera variación en forma de aditamentos instrumentales que va evolucionando hacia formas deudoras del folclore africano.

“To Us All” – Escoge Eno para cerrar el disco un tema relajado a base de guitarras y percusión con algunos aditamentos electrónicos. Una composición diferente al resto del trabajo que consigue despedirse de nosotros provocándonos la mejor de las impresiones.

En los últimos años, Brian Eno se ha vuelto un artista mucho más prolífico que en tiempos pasados (aunque nunca ha sido amigo de largos silencios). Llama la atención que, a estas alturas, esa efervescencia creativa se vea reflejada en discos de un nivel por encima de la media cuando lo habitual llegados a este punto suelen ser ejercicios de autocomplacencia destinados a contentar a los “fans” y a garantizar una entrada de dinero más o menos sostenida. Lejos de optar por esa vía, el autor de “Music for Airports” no para y, como indicamos al principio, ya hay otro disco publicado junto con Karl Hyde (recordemos que “Someday World” apareció en mayo de este mismo año). No se trata, como cabría esperar, de un disco con descartes del anterior o grabado en las mismas sesiones sino de un trabajo independiente cuya idea nació en el mismo momento en que se terminó de grabar el anterior.

Los seguidores de Eno están (estamos) de enhorabuena en los último tiempos y eso es algo que hay que aprovechar. El disco está disponible en los enlaces habituales.

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Nos despedimos con un pequeño cortometraje rodado durante el segundo día de las sesiones de grabación del disco:

Philip Glass - Symphony No.1 "Low" (2014)

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“Baby, I’m been breaking glass in your room again”. Así comienza una de las canciones que integran el mítico disco de David Bowie titulado “Low” del que ya hablamos aquí tiempo atrás. Unos años más tarde, Philip Glass podría haber hecho suya la frase cambiando su apellido por el del autor del disco en un divertido juego de palabras ya que, efectivamente, el compositor norteamericano se permitió el lujo de “romper” metafóricamente a Bowie (a su música, lógicamente) transformando un icono del pop rock de los años setenta como era “Low” en una sinfonía, bautizada inicialmente como “Low Symphony” a secas y que hoy, tras haber sido engrosado el ciclo sinfónico de Glass con otras nueve obras, es más conocida como la primera sinfonía de su autor.

La sinfonía tiene tal mezcla de ideas en ella que se convierte en un símbolo perfecto de una forma de hacer música que bien podría abarcar las últimas décadas del siglo pasado. Para empezar, el disco original nace de la colaboración artística de dos personajes de gran categoría como son David Bowie y Brian Eno quienes en el momento de componer el disco estaban influidos por otro grupo icónico de la época como era Krafwerk pero también por el minimalismo americano del propio Glass y, especialmente, de Steve Reich. No es, por tanto, extraño, que el compositor se fijase en parte del material del disco cuando Dennis Russell Davies le encargó en 1992 la composición de una sinfonía para, como solía decir medio en broma, medio en serio, “evitar que se convirtiese en uno de esos compositores de ópera que nunca se deciden a escribir sinfonías”. Hay que añadir aquí que Glass tardó en empezar pero una vez que lo hizo, ha construido un ciclo sinfónico realmente robusto que se ha saltado, incluso, la histórica maldición de la novena sinfonía. Cuando el compositor habla de la idea de utilizar como inspiración el disco de Bowie y Eno (aunque sólo Bowie lo firma, Glass les menciona a ambos situándolos en un mismo nivel) lo hace como algo natural. Al igual que muchos otros músicos “clásicos” basaron algunas de sus obras más conocidas en material ajeno (procedente del folclore en la mayoría de las ocasiones), él creyó adecuado partir de una obra rock para escribir su sinfonía porque, ¿qué es el rock sino el folk, la música popular de nuestro tiempo? Explica el músico que en “Low” encontró un ejemplo del uso de técnicas compositivas clásicas y de vanguardia con las que él mismo trabajaba en muchos momentos, integradas en un tipo de música alejado, en principio, del academicismo más estricto con lo que se convertía en una obra en la frontera que separaba mundos muy diferentes, convirtiéndose así en el punto de partida perfecto para una sinfonía contemporánea.

Lo cierto es que “Low” constaba de once canciones de las que Glass utiliza sólo dos que serían la base del primer y tercer movimiento de la sinfonía mientras que el segundo estaría inspirado en una canción grabada en las mismas sesiones que el disco pero que no formó parte del mismo originalmente. Sí lo hizo de alguna reedición posterior que, con toda  probabilidad, fue la que tomó como base el compositor norteamericano para su obra aunque nunca se consideró una canción del disco y en las ediciones más recientes de “Low” no aparece.

Dennis Russel Davies grabó la “Low Symphony” con la Brooklyn Philharmonic Orchestra en diferentes sesiones con cada sección de la orquesta interpretando su parte por separado y mezclando el resultado final en el estudio en lo que fue una de las primeras referencias de Point Music, sello independiente que Glass estaba lanzando en aquel entonces. La grabación que hoy comentamos es muy diferente a aquella. Davies dirige ahora la Orquesta Sinfónica de Basilea y junto a ella interpreta en vivo la obra completa con lo que eso supone en cuanto a vigor y coherencia musical. Sirve, además, para rescatar una obra que, si no estaba descatalogada como parte del viejo catálogo de Point Music, le debe faltar poco. Con ello, y teniendo en cuenta que Glass, a través de Orange Mountain Music se ha hecho con los derechos de las grabaciones de sus obras para Nonesuch, es de esperar que las sinfonías que van de la segunda a la quinta no tarden en ser publicadas de nuevo en el sello del músico (de la sexta en adelante ya aparecieron en el mismo).

Glass y Bowie en una foto promocional de la época de la primera grabación de la sinfonía.


“Movement I – Subterraneans” – Originalmente, “Subterraneans” era un tema cuasi-instrumental de corte electrónico que cerraba el disco “Low”. Una pieza experimental en la que el papel de Brian Eno era innegable y cuyo uso de cintas magnetofónicas y manipulaciones electrónicas bebía directamente de la vanguardia clásica. Sólo en la parte final, tras un sólo de saxo, escuchamos una breve letra. Glass comienza la adaptación con la orquesta interpretando una lenta melodía mientras las flautas repiten incesantemente una serie de breves arpegios. El movimiento se desarrolla muy lentamente mientras se van incorporando diferentes secciones y músicos a la interpretación. Tras varios minutos en los que el compositor se limita a jugar con un número muy limitado de elementos hasta llegar al ecuador del movimiento cuando la pieza se revitaliza mediante la aparición de las percusiones y de un ritmo mucho más vivo. Los vientos esbozan una serie de melodías extraídas de la pieza original que, sin llegar a cristalizar en un tema central de esos que no puedes quitarte de la cabeza, funcionan muy bien en este contexto.

“Movement II – Some Are” – La pieza que inspira el movimiento central de la sinfonía, ni siquiera aparecía en el disco, como ya hemos dicho. Se trata de una intrigante canción en la que Bowie interpreta una melodía deliciosa acompañado, casi al unísono, por un piano y una serie de efectos electrónicos. Un tema que se desarrolla con una gran lentitud, casi parsimoniosa y que contrasta brutalmente con el tratamiento que Glass le da en el segundo movimiento de su sinfonía. Lo que en manos de Bowie era una pieza llena de quietud, en manos de Glass se transforma en un movimiento vibrante en el que hasta la melodía principal, idéntica en cuanto a las notas empleadas, cambia de forma radical convirtiéndose en un auténtico torbellino, apoyado por la orquesta en pleno, con un papel principal reservado para las percusiones. El estilo propio del Glass orquestal aparece aquí aportando su forma de entender la música de modo que la simbiosis es total: Glass se aprovecha de la gran melodía de Bowie y Eno y la transforma en algo aún mejor haciéndola suya en buena parte. Tras el inicio en donde el tributo al tema original es evidente, asistimos a una sección central igualmente brillante pero 100% glassiana con fragmentos deudores de “Glassworks” o “Koyaanisqatsi”. En el tramo final, volvemos a escuchar la melodía del comienzo del movimiento cerrándose así la parte más destacada de la sinfonía en nuestra opinión.

“Movement III – Warszawa” – Para cerrar la sinfonía, Glass escoge el que, probablemente, sea el tema más estremecedor de todo el disco. Otra pieza sintética en la que destaca la triste melodía central de flauta y los inquietantes cantos finales. Curiosamente es la única pieza de “Low” cuya autoría está compartida entre Bowie y Eno aunque, repetimos, la sombra del ex-miembro de Roxy Music es alargada. Glass opta por un tratamiento conservador que parece un sencilla transcripción de la pieza original perdiendo por ello gran parte de la intensidad y la fuerza que poseía aquella. Poco a poco, sin embargo, Glass va llevando la obra a su terreno con ligeras variaciones en el tema central que termina por sonar familiar a los seguidores del compositor hasta el punto de casi olvidar su origen. Con todo, y tomando como referencia la pieza que inspira el movimiento, éste tercer y último de la sinfonía sale perdiendo claramente con su contrapartida en el disco de Bowie y Eno.

Fragmento del segundo movimiento de la sinfonía: "Some Are" en la versión de 1993


Es muy difícil analizar un trabajo como este sin caer en la comparación constante con la obra original y, a pesar de la dificultad de luchar contra el recuerdo de un disco que, sin duda, es una de las grandes obras de arte del rock, Glass sale airoso en muchos momentos (no es casual que Bowie incluyese la versión sinfónica de "Some Are" en algún recopilatorio propio) aunque en otros, cosa que creemos inevitable, no consigue librarse del tremendo peso del disco del músico británico. Pese a todo, recomendamos el disco tanto a los seguidores de uno como a los de otro artista e incluimos en la terna a Eno, ya que el propio Glass lo hace así. El disco, que ha aparecido recientemente y toma el relevo de la grabación original de la sinfonía de 1993, puede adquirirse en los siguientes enlaces:

amazon.es

prestoclassical.co.uk

Jean Michel Jarre - Waiting for Cousteau (1990)

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Quienes seguís el blog desde hace tiempo, sabéis que tenemos una teoría, seguramente errada sobre el músico francés Jean Michel Jarre según la cual, hay dos etapas muy diferenciadas en la primera parte de su carrera: una inicial hasta “Zoolook” en la que la música parecía ser el centro de sus intereses y en la que cada disco parecía un desafío personal por superar el anterior así como un despliegue de lo más moderno en cuanto a tecnología y tendencias que sonaban en él. La segunda etapa la marca el macroconcierto de Houston. Con esa excusa se preparó un disco como “Rendez-Vous” en el que buena parte de la música eran revisiones de obras anteriores del músico que no habían llegado a formar parte de sus discos “normales”. No sabemos si la floja acogida comercial de “Zoolook”, quizá el trabajo más avanzado del francés, o la gran repercusión del concierto tejano cambiaron la forma de trabajar de Jarre. Se supone que sigue componiendo y grabando cosas pero sólo salen a la luz cuando en el horizonte aparece un proyecto audiovisual que lo justifique. Algo así ocurrió con “Waiting for Cousteau.

La fiesta nacional francesa del 14 de julio es desde siempre una fecha cuyas celebraciones incluyen actos grandilocuentes destinados a causar un gran impacto en la ciudadanía francesa, especialmente en la parisina. Jarre ya había actuado en ese día en 1979 ofreciendo un espectáculo sorprendente, anticipo del ya citado de Houston, pero lo de 1990 iba a ir mucho más allá. Beneficiado de la gran labor de Francis Dreyfus y de la rivalidad entre Miterrand, presidente de la República Francesa y Chirac, alcalde de París en aquel entonces, Jarre iba a ofrecer el que quizá haya sido su concierto más completo hasta hoy en día. No es difícil imaginar lo que el músico, con todo el apoyo del ayuntamiento de París (Chirac se apuntaba así un tanto frente a su rival político tras haber tenido que aplazar el concierto un año a causa del desfile programado por el Gobierno Francés en 1989 para conmemorar la toma de la Bastilla) y de su discográfica, podría organizar para la mayor fiesta del país vecino. Pero faltaba algo y es que un macroconcierto de esas características quedaría un poco descafeinado sin un nuevo disco que sirviera como parte central del mismo y para hacer más atractiva la promoción radiofónica y televisiva del evento (un concierto exclusivamente de grandes éxitos habría sido, ciertamente, menos interesante).

Cabe suponer que, dada la temática del trabajo anterior (“Revolutions”) su concepción pudo tener mucho que ver con la idea del concierto de La Defense del 14 de julio y que, en vista de su aplazamiento y de que el disco ya fue utilizado unos meses antes en los conciertos de los Docklands londinenses se desechase la posibilidad de volver a centrar en él otro macroespectáculo, sobre todo si pensamos que, como es lógico, este tipo de eventos no se improvisan en dos días y su preparación se hace con muchos meses de adelanto. ¿Qué hacer entonces? Pues tirar de archivo en buena parte e improvisar algunos temas nuevos. Descartado el tema de la revolución francesa como motivo central del disco, se optó por dedicárselo a uno de los grandes personajes del país galo en los años precedentes: el oceanógrafo Jacques Cousteau (el disco, de hecho, se publicaría el día en el que éste cumplía 80 años).

En 1989 se celebró la exposición “Concert D’Images” en una galería parisina con fotografías y objetos relacionados con los conciertos anteriores de Jarre. Para ambientar la estancia de los asistentes a la sala, Jarre cedió una música que había grabado poco antes, en sus palabras, para tener una música de fondo que sonase sin causar molestia ni distracción alguna mientras él hacía otras cosas. “Ambient” en su definición más clásica. Esa grabación, suponemos que con algunos retoques, fue el sonido que, a modo de “muzak” formó parte en cierto modo de la exposición. La pieza, de cerca de una hora de duración, formaría parte del nuevo disco con algún ligero recorte. Parece ser que eun primer momento, la idea era que ese largo corte, que llevaría el título de “Waiting for Cousteau” sería el contenido total del album tratando de elaborar algún “single” minimamente promocionable en las radios pero finalmente se descartó esa opción completando el disco una obra en tres partes, con un gran componente rítmico que Jarre grabó en Puerto España, nada menos que en Trinidad y Tobago en compañía de la banda local de intérpretes de “steel drums”, The Amoco Renegades. Jarre contó para estos tres cortes con sus habituales Michel Geiss y Dominique Perrier a los teclados y para el single del disco, con Guy Delacroix al bajo y Christophe Deschamps a la batería.

Imagen del concierto parisino del 14 de julio de 1990

 “Calypso” – El tema comienza con unos sonidos de olas cercanos al tópico pero justificados por el motivo del disco. No tarda en romper en una dirección imprevista con una verdadera fiesta de ritmos caribeños en los que los “steel drums” se desenvuelven a la perfección interpretando una melodía que se encuentra entre las más populares de la carrera de Jarre en la que encontramos una complejidad algo mayor que en singles anteriores. La primera mitad de la pieza es tremendamente pegadiza y alegre y no es de extrañar que se convirtiera en un éxito inmediato. Nos quedamos, sin embargo, con la parte central en la que, sobre un ritmo muy vivo y tropical, Jarre empieza a desplegar toda su colección de efectos sonoros, la gran mayoría de los cuales formó parte de una rara cara-B del maxi single de “Rendez-Vous 4” que llevó por título “Moon Machine”. “Calypso” es, quizá, la fusión más perfecta que Jarre ha llegado a completar entre su música y la que por aquel entonces se empezaba a conocer como “world music” quedando ambos aspectos perfectamente equilibrados.

Videoclip promocional de "Calypso"


“Calypso 2” – Con todo, la primera parte de “Calypso” estaba destinada a ser un single de éxito pero cuando hablamos de Jean Michel Jarre, en la mayoría de las ocasiones los singles no son lo más jugoso de sus trabajos. Si tenemos que escoger una composición (y sólo una) de el periodo final de los años ochenta y el comienzo de los noventa en la discografía del músico galo, nos quedaríamos sin demasiadas dudas con la que ahora nos ocupa. “Calypso 2” sería, salvando las distancias, el “Ethnicolor” de este periodo. Una pieza que comienza con un desarrollo lento, solemne, pero que conforma avanza y se van añadiendo nuevos elementos y ritmos se transforma en una suerte de marcha electrónica absolutamente fantástica. Una serie de “samples” se combinan de repente formando una secuencia maravillosa que da paso a la segunda parte de la composición en la que el ritmo es dueño y señor. El esquema de la pieza es tradicional en determinados temas del músico desde “Oxygene 5” hasta “Chronologie 5” pasando por el ya citado “Ethnicolor” y en todos los casos, solemos estar en presencia de un momento diferente dentro de cada disco que contrasta con el resto.

“Calypso 3” – Cerrando la “suite” titulada como el barco en el que Cousteau grabó la mayoría de sus documentales, llega el tema más prescindible del disco. Con una melodía muy “bonita” pero excesivamente almibarada, lo que estropea ligeramente el aire solemne que prendidamente debería tener el tema. Quizá esta sea una valoración injusta puesto que, tras la exposición inicial, la pieza evoluciona de un modo más que interesante recuperando muchos elementos que ya estaban presentes en el anterior “Revolutions”, particularmente en la suite “Industrial Revolution” y es que lo cierto es que tanto “Calypso 2” como éste último tema comparten muchas características con aquella obra de la que podrían considerarse dignos sucesores.

“Waiting for Cousteau” – Llegamos así a la pieza central del disco; la más sorprendente, arriesgada y rompedora del trabajo que se corresponde como ya hemos comentado con la música que se utilizó en la exposición “Concert d’Images”. Durante más de 45 minutos (unos 22 en las versiones del disco en vinilo y cassette), asistimos a una profunda muestra de música ambiental que haría las delicias de cualquier seguidor del género. Sobre un fondo estático con escasas variaciones, se van desplegando, de manera parsimoniosa, una serie de notas de piano, efectos sonoros, etc. que dotan a la obra de un poder evocador descomunal. No es difícil hacerse a la idea, sugestionados por el contexto del disco, de que nos encontramos en un fondo marino, buceando placenteramente entre peces y demás fauna pero prescindiendo de este, la música podría transportarnos igualmente a la soledad del cosmos o a lo más profundo de los sueños. No faltaron los críticos que afirmaban que esta larga pieza era la mejor y más seria composición que nunca había firmado el músico francés. Muchos aficionados, por el contrario, quedaron muy descolocados al escuchar una obra de tal extensión y tan alejada de lo que hasta ese momento había ofrecido Jarre. En nuestra opinión, se trata de una composición que ha ganado mucho con el paso del tiempo convirtiéndose en fundamental para cualquier seguidor del autor de “Oxygene” que quiera tener una visión completa del músico.

Con el apoyo del posterior concierto de La Defense, uno de los más recordados del músico sin lugar a dudas, “Waiting for Cousteau” obtuvo un gran éxito en muchos países. Fue, además, un disco con una especie de secuela en forma de banda sonora para el documental de Cousteau: “Palawan, el último refugio” que rescató buena parte de éste y otros trabajos anteriores de Jarre además de contar con dos piezas inéditas. Incluso “Calypso 2” tuvo una segunda vida en forma de música corporativa para una compañía de agua lionesa, tras sufrir un pequeño retoque en el orden de sus dos partes principales. También ambos, disco y concierto, supusieron en cierto modo el fin de una era de macroespectáculos que a partir de entonces pasaron a alternarse con las giras hasta terminar por desaparecer, al menos con la concepción de eventos únicos e irrepetibles, un tiempo después.


Jarre está reeditando su discografía, al menos parcialmente, en las últimas semanas a través de un nuevo contrato con Sony pero por ahora “Waiting for Cousteau” no forma parte de los títulos que han aparecido hasta ahora. Cabe esperar que conforme se acerca el anunciadísimo nuevo disco del músico francés (del que empezó a hablar hace más de cinco años) varios nuevos títulos se sumen a la serie de remasterizaciones y éste trabajo vuelva a encontrarse habitualmente en las estanterías de las tiendas de discos, esas reliquias de los tiempos modernos. Acerca del nuevo disco, anunciado para principios del año que viene, las noticias llegan con cuentagotas pero todo apunta a que será un doble CD en el que Jarre incluirá un buen número de colaboraciones con otras estrellas relacionadas de un modo u otro con la música electrónica en las últimas décadas. La nómina de músicos, de la que aún faltan por confirmar un buen número, incluye nombres tan variados como Hans Zimmer, Tangerine Dream, Trent Reznor, John Carpenter, Laurie Anderson o Pete Townshend, por nombrar sólo algunos de los que parecen fijos en la lista. Mientras llegan más noticias, podemos disfrutar de discos ya clásicos del francés como este “Waiting for Cousteau” que podéis encontrar en los enlaces habituales.


play.com

Os dejamos con "Calypso 2" en la versión que sonó en el concierto de la Defense.

Kraftwerk - Minimum Maximum (2005)

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Los conciertos de Kraftwerk son una experiencia que, por fuerza, tiene que ser muy diferente a la de cualquier otra actuación de otra banda dadas las especiales características y filosofía del mítico cuarteto de Düsseldorf. Hablamos de filosofía porque un grupo que hizo de (casi) todos sus discos una apología de la vida moderna y de los avances tecnológicos no podía ofrecer el mismo tipo de show que otro artista. La culminación del “estilo Kraftwerk” llegó a principios de los noventa cuando los músicos abandonaban el escenario en plena actuación siendo reemplazados por robots con su mismo rostro que eran manejados por control remoto por cada uno de ellos. Se hacía realidad así la premonitoria letra de su “hit” de 1978, “The Robots”.

En la música electrónica, la interpretación en directo es algo accesorio, casi innecesario dada la propia esencia de la misma, alejada en principio del virtuosismo, de la sensibilidad del ejecutante y de la posibilidad de improvisación en un sentido jazzístico del término: con varios músicos construyendo algo nuevo de forma simultánea e interactuando continuamente. Podrán argumentar los lectores que artistas como Klaus Schulze o Tangerine Dream improvisaban en sus conciertos pero habitualmente lo hacían exclusivamente en algunos solos manteniéndose el grueso de la pieza interpretada en los parámetros marcados por las secuencias inicialmente programadas. Los conciertos de Kraftwerk tenían un importante componente teatral ya que la música era, o aparentaba ser pregrabada pero ellos interpretaban su papel haciendo ver que tocaban. No siempre fue así en el caso del cuarteto de Düsseldorf como atestiguan antiguas grabaciones de sus primeras épocas en las que las actuaciones llegaban a suspenderse durante varios minutos en caso de que aparecieran problemas con alguno de los sintetizadores sin reanudarse hasta que estos estaban completamente resueltos pero los tiempos, como decía aquel, estaban cambiando.



Todo esto fue más evidente que nunca en la gira de 2004 en la que los cuatro integrantes del grupo por aquel entonces, los clásicos Ralf Hütter y Florian Schneider más Fritz Hilpert (quien reemplazó a Wolfgang Flür en 1987) y Henning Schmitz (sustituto de Karl Bartos desde 1991) salían al escenario con un único “instrumento musical”: un flamante portatil Sony Vaio cada uno desde el que, imaginamos, lanzaban sus correspondientes secuencias, loops, etc. Baste para hacerse a la idea de la concepción artística de los conciertos el hecho de que, además de los cuatro ordenadores desde los que se lanzaba la música había otros tantos para las imágenes y proyecciones. Esto es, lo visual tenía tanto peso como lo musical y todo ello era pregrabado.

Imagen de uno de los shows de la banda.


Lo cierto es que, a pesar de que la banda contaba en 2005 con más de 35 años de carrera, no existía en el mercado ningún disco (oficial) en directo de Kraftwerk. En ese momento, alguien debió pensar que era hora de cubrir ese hueco y de ahí nace la idea de “Minimum Maximum”: un disco doble recogiendo temas de varios conciertos de la gira mundial de la banda del año anterior, recogiendo el tracklist completo del programa de la misma, con cortes procedentes de diferentes actuaciones, cosa que, al ser todo el material virtualmente idéntico, sólo permitía apreciar diferencias en cuanto a las reacciones del público de los distintos lugares. De este modo, el disco, más que un documento que recoge música en directo es una suerte de recopilatorio completo de la etapa más popular de toda la carrera de la banda germana, lo que, en el fondo, no es sorprendente si tenemos en cuenta que cuando apareció una recopilación propiamente dicha como fue “The Mix” en 1991, Ralf Hütter insistía en considerarlo un disco en directo con las improvisaciones que el grupo realizaba en estudio. La referencia aquí a ese disco de nuevas versiones de la banda no es gratuíta ya que prácticamente todos los temas incluidos en “Minimum Maximum” se basan en las versiones de “The Mix” excepto, evidentemente, los escritos con posterioridad.

Casi todo el contenido del doble disco procede de conciertos celebrados en países del este y en algunos momentos del disco creemos encontrar una cierta coherencia temática entre el tema escogido y el lugar del que procede la versión. Así, hay una lógica tras la elección de París como lugar de procedencia del clásico “Tour de France”, de Berlín con respecto a “Autobahn” o de Londres y “The Model”. Tampoco es casual que “Radioactivity” sea recuperada del concierto de Varsovia, lugar de nacimiento de Marie Curie o que “Dentaku” proceda del concierto de Tokio (la letra está en japonés y el público participa en toda la interpretación). Completan el repertorio: “The Man Machine” y “Home Computer” (procedentes del concierto de Varsovia), “Planet of Visions” (versión del single “Expo 2000”, extraída del show de Ljubljana), “Tour de France (etape 1)”, “Chrono”, “Tour de France (etape 2)” y “Aero Dinamik” (Riga), “Vitamin”, “Computer World”, “Pocket Calculator”, “The Robots” y “Music Non Stop” (Moscu), “Neon Lights” (Londres), “Trans Europe Express” y “Metal on Metal” (Budapest), “Numbers” (San Francisco), “Elektro Kardiogramm” (Tallinn).



Como era de esperar, la mayoría de las piezas procedían del disco más reciente de la banda, “Tour de France Soundtracks”, trabajo que aún no hemos reseñado aquí por lo que tampoco nos vamos a extender en este momento sobre él.



Por algún motivo, “Minimum Maximum” quedó fuera de la caja recopilatoria “The Catalogue” publicada en 2009 y en la que se incluyeron todos los discos de la banda desde “Autobahn” hasta “Tour de France Soundtracks” y cuyo lanzamiento fue aprovechado para reeditar todos esos trabajos por separado. Por ello, hoy en día no es nada sencillo encontrar el que es el único disco en directo de Kraftwerk a un precio asequible. Dejamos un par de enlaces para los más atrevidos. 


Brian Eno & David Byrne - My Life in the Bush of Ghosts (1981)

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Señoras y señores, hoy toca ponerse de pie para hablar de uno de esos discos que por sí solos explican muchas cosas. Un trabajo en cuyo proceso de elaboración sus dos autores coinciden en utilizar una misma palabra como clave: “serendipia”. Si hacemos un poco de historia comprobamos como Brian Eno había entrado en una larga serie de trabajos en los que la característica común era la colaboración con otros artistas. Así ocurre con la serie de discos que comienza con “After de Heat” (1978, con Cluster) y sigue con “Ambient 2: The Plateaux of Mirrors” (1980, con Harold Budd), “Ambient 3: Day of Radiance” (1980 con Laraaji) para terminar con “Fourth World Vol.1: Possible Musics” (1980, con Jon Hassell). Justamente en ese espacio de tiempo, Eno produjo tres discos de Talking Heads (“More Songs About Buildings and Food”, “Fear of Music” y “Remain in Light”) por lo que parecía natural que surgiera la idea de hacer un disco junto con el líder de la banda, David Byrne quien grabaría así su primer trabajo fuera de la mítica formación neoyorquina.

Había, sin embargo, una diferencia importante entre esta colaboración y las anteriores de Eno y es que Byrne, aunque tocaba varios instrumentos y componía la mayoría de las piezas de los discos de Talking Heads, era, esencialmente, un vocalista mientras que en todos los trrabajos anteriormente citados los co-participantes eran instrumentistas. Esto no supondría ningún problema a priori ya que Eno, al margen de las grabaciones con Roxy Music, había grabado un puñado de discos “de canciones” en estos años pero “My Life in the Bush of Ghosts” iba a ir por otros derroteros bien distintos. Hay un hecho muy importante a tomar en consideración y es que el disco se grabó entre agosto de 1979 y octubre de 1980 (y no se editaría hasta 1981). En ese tiempo, los dos artistas no se dedicaron exclusivamente a trabajar en esa única obra sino que, cada uno por su lado, continuaron con sus respectivos proyectos musicales. Es por ello muy complicado determinar de dónde surgieron según qué ideas que aparecen en “My Life in the Bush of Ghosts”. Así, hay similitudes entre algunas partes del trabajo y el disco de Eno con Hassell al que nos referíamos hace un momento pero este, que apareció antes, se grabó más tarde, en realidad, que el que nos ocupa. No ocurre lo mismo con “Exposure” de Robert Fripp, grabado y publicado antes de comenzar las sesiones de “My Life...” En ese disco, que ya contiene algunas ideas que se repiten en el de Byrne y Eno, también interviene éste último. Si nos fijamos en Byrne, cronológicamente hablando, el disco se sitúa entre la gira de “Fear of Music” y la grabación de “Remain in Light”, ambos trabajos de Talking Heads, como ya dijimos, con Eno como productor. En el primero de los discos toca Fripp y en el segundo Hassell por lo que la cantidad de referencias cruzadas entre este grupo de músicos con la presencia común de Brian Eno en todas las combinaciones posibles hace muy difícil delimitar la autoría de los hallazgos y el reparto de méritos. El título del disco hace referencia a una novela de Amos Tutuola que, curiosamente, ni Eno ni Byrne habían leído cuando grabaron el LP (aunque sí conocían obras anteriores del escritor.

Retomando una idea que quedó apenas esbozada más arriba, la duda sobre si de la colaboración de Eno y Byrne iba a surgir un disco instrumental o un disco de canciones iba a tener una respuesta perfectamente ambigua: se trataba de un disco de canciones pero que funcionaba como uno instrumental. ¿cómo se explica ese sinsentido? Fácilmente: la parte vocal de cada uno de los temas iba a proceder de grabaciones ya existentes y aquí se encuentra la clave de la revolución que supuso “My Life in the Bush of Ghosts”. Grabaciones de locutores radio se combinan con discusiones en antena entre oyentes y políticos sin identificar, extractos de discos folclóricos con cantos del mundo del Islam, sermones radiofónicos de exaltados predicadores norteamericanos, exorcismos reales, recitados del Corán o fragmentos de gospel. Alrededor de ese material básico, Eno y Byrne construyen un universo musical único cuya trascendencia a través de su influencia en otros artistas ha sido fundamental. Todo ello aún con tecnología analógica y la vieja técnica del “corta y pega” pero en sentido literal, cortando fragmentos de cinta magnetofónica y pegándolos con otros hasta formar “loops” rítmicos a partir de repeticiones de secuencias vocales. Toda una obra de alta artesanía al servicio de conceptos musicales que iban siendo inventados sobre la marcha, conforme surgía la necesidad de solventar un problema. No es esta la primera vez que se emplean este tipo de técnicas ni mucho menos (Holger Czukay hizo collages sonoros partiendo de emisiones radiofónicas y Riley o Reich trabajaron con “loops” vocales abundantemente mucho tiempo antes) pero quizá sí fue la primera en que el resultado era música pop. Eso sí, un pop avanzado en casi una década a su tiempo, un pop revolucionario, rompedor y arriesgado como pocos.

La amalgama de sonidos y grabaciones empleadas así como lo diverso de sus procedencias, complicó y retrasó sobremanera el lanzamiento del trabajo que se fue posponiendo hasta obtener los correspondientes permisos y autorizaciones de los propietarios de los derechos de los registros originales. No terminaron ahí los problemas. Poco después del lanzamiento del disco, una asociación islámica británica protestó por la utilización de recitados del Corán como base de una pieza musical bailable. Explica Byrne que en aquel momento entendieron que si eso molestaba a alguien no había inconveniente en eliminar ese corte del disco reemplazándolo por otro. Aún faltaban casi 10 años para que el Ayatolá Jomeini proclamase una “fatwa” hacia Salman Rushdie y todos los implicados en la publicación de sus “Versos Satánicos” pero la decisión de los artistas parecía fundamentada. A pesar de ello, circulan copias (muy cotizadas) del disco original conteniendo “Qu’ran”, el corte eliminado.

Participan en el disco, aparte de Eno y Byrne que interpretan guitarras, bajos, sintetizadores, batería, percusiones y todo tipo de objetos, digamos, no musicales, John Cooskey y Chris Frantz (batería, el segundo, miembro de Talking Heads), Dennis Keeley (bodhran), Mingo Lewis, Jose Rossy, Steve Scales y Prairie Prince (percusiones), David Van Tieghem (percusión y batería), Busta Jones, Tim Wright y Bill Laswell (bajo).

Edición expandida del disco aparecida en 2006


“America is Waiting” – Una serie de percusiones y efectos sonoros abren una pieza en la que la voz de un oyente de radio que llama indignado a un programa de una emisora del area de San Francisco es el único vestigio de letra. Guitarras ácidas y ritmos obsesivos van incorporándose a la pieza hasta formar un todo absurdo y atrayente hasta tal punto que no nos permite despegar nuestra atención de lo que suena.

“Mea Culpa” – Si hay una pieza realmente impresionante en el disco es esta distorsionada conversación entre un político y un oyente exaltado en una radio de Nueva York. Las voces de ambos forman “loops” rítmicos aprovechando a la perfección las enseñanzas del Steve Reich de “Come Out” o “It’s Gonna Rain” y anticipando al mismo tiempo todo lo que vendría después en la era del “sampling”. Ritmos electrónicos y demás artificios sonoros se combinan de forma magistral para componer un collage sonoro inteligente dotado de una estructura musical reveladora. Sin quererlo, Eno y Byrne estaban abriendo una caja de sorpresas que ya nadie podría cerrar.

“Regiment” – Si los temas anteriores estaban construidos a partir de elementos “no musicales”, en esta pieza ocurre algo muy diferente. Los músicos parten de un canto procedente del Líbano a cargo de Dunya Yusin, que apareció en el disco “The Human Voice in the World of Islam” del que Eno y Byrne se servirán en alguna ocasión más a lo largo del trabajo. La oración de la cantante es adornada de ritmos funk en los que destaca el bajo de Busta Jones. Siempre se ha citado “My Life...” como un claro antecesor de otro disco seminal como fue el “Zoolook” de Jean Michel Jarre y no nos extrañaría que cuando el francés preparaba las partes de bajo de Marcus Miller en su disco tuviera muy presente ésta pieza. Por lo demás, y al margen de esto, volvemos a escuchar guitarras muy agresivas y una percusión rica y cuidada, características ambas presentes en todo el disco.



“Help Me Somebody” – Un intenso sermón a cargo del reverendo Paul Morton sirve como excusa para una de las piezas más cercanas al sonido de Talking Heads del disco. Guitarras rítmicas y una sección de percusión brillante en la que destaca Steve Scales, quien pasaría a ser un estrecho colaborador de Byrne en el futuro.

“The Jezebel Spirit” – De nuevo los ritmos funk están presentes en otra pieza que aprovecha una grabación de un exorcismo real en la que el oficiante se enfrenta, nada menos que con el espíritu de Jezabel. En el tema encontramos todo lo que hace grande este disco con una presencia de los sonidos puramente electrónicos algo mayor que en otras composiciones.



“Very Very Hungry” – En la edición original del disco, este era el lugar que ocupaba la eliminada “Qu’ram”. En su sustitución se utilizó la que era también cara B del single de “Jezabel Spirit”. A pesar de ser inicialmente un descarte, el tema tiene mucho interés y es que en él la creación de ritmos mediante “loops” vocales alcanza los momentos más inspirados del disco. Estamos ante una pieza de pura experimentación (y una de las pocas del disco en las que no intervienen más músicos que los dos que firman el trabajo). Quizá sea porque estamos acostumbrados a escuchar el disco en esta versión pero lo cierto es que “Qu’ram”, el tema de la polémica, siendo más que interesante (en youtube es sencillo encontrarlo) suena diferente al resto del disco, más adelantado y actual si cabe, al menos desde la perspectiva del oyente de 2014.



“Moonlight in Glory” – Un extracto de un disco de espirituales a cargo de una agrupación del estado de Georgia es el punto de partida de otro arreglo soberbio en el que Eno y Byrne se lucen como intérpetes de todos los instrumentos pero, sobre todo, como maestros del manejo de los recursos disponibles en un estudio de grabación. Al margen del gospel en sí, escuchamos varias voces sin identificar a lo largo del tema.

“The Carrier” – Tercer corte basado en una pieza del disco “The Human Voice in the World of Islam” (el segundo era “Qu’ram”). Quizá se trate de la pieza más interesante del disco desde el punto de vista puramente musical, además de una de las más influyentes. Las guitarras anticipan claramente el trabajo de Eno con U2 en los años posteriores y algunos desarrollos rítmicos y sonoridades han aparecido tiempo más tarde en discos de artistas tan diferentes como Phil Sawyer, Jean Michel Jarre o Peter Gabriel.

“A Secret Life” – Los tres últimos cortes del disco no cuentan con ningún invitado especial al margen de los propios autores y forman una especie de suite. El primero de ellos con profusión de elementos melódicos árabes, utiliza como base una grabación de la cantante egipcia Samira Tewfik sacada de una recopilación de EMI Records. Estamos ante una pieza misteriosa y ambiental en la que el sello de Eno está muy presente.

“Come With Us” – Otro predicador radiofónico aparece en el siguiente corte aunque mucho más distorsionado que en los casos precedentes, de modo que su voz apenas se deja oir en un par de momentos muy puntuales. Los sonidos electrónicos se mezclan con un ritmo continuo a medio camino entre el sonido de un cronómetro y el latido de un corazón.

“Mountain of Needles” – Cerrando esta pequeña suite y, a la vez, el disco, escuchamos una pieza que facilmente podría haber firmado Eno en solitario puesto que reúne todas las características de sus discos de la serie “Ambient”. Una preciosa miniatura que pone un punto final perfecto a un disco imprescindible para cualquier aficionado con una mínima curiosidad musical.

Con su mezcla de voces de las más diversas procedencias, ritmos africanos, música funk y experimentos electrónicos, “My Life in the Bush of Ghosts” es uno de esos discos raramente influyentes que nunca aparecieron por los puestos más altos de las listas. No deja de resultar curioso porque a la calidad intrínseca del trabajo se une la relevancia de los nombres de los firmantes y hasta hechos tan propensos a convertir un disco en leyenda como el tener un corte “censurado”. Es posible también que la valoración real de “My Life...” haya llegado con el paso de los años y que su prestigio se haya visto cimentado en la aparición de obras de artistas posteriores que no serían fáciles de concebir si no hubiera existido éste disco. Pensamos en artistas como Public Enemy, Jean Michel Jarre o Moby por citar sólo unos pocos ejemplos.

Como ya hemos dicho, hubo dos ediciones del disco en su momento, una con “Qu’ran” y la más difundida con “Very Very Hungry”. La que nosotros recomendamos es otra distinta, de 2006, en la que, al margen de versiones algo más largas de varios de los cortes, podemos encontrar algunas piezas inéditas que sólo habían circulado en discos pirata. Antes de que os lo preguntéis, no. No incluye “Qu’ram” porque, ¿para qué meterse en líos 25 años más tarde, verdad?

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Patrick Cassidy - The Children of Lir (1993)

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Centramos hoy nuestra mirada en un compositor irlandés de tendencias clásicas que suele combinar de forma magistral con la rica tradición de su país, quizá el lugar con mayor talento musical por metro cuadrado del planeta. Patrick Cassidy es un matemático que se ganaba la vida como estadístico mientras, en sus ratos libres, escribía e interpretaba música aprovechando sus estudios de piano y arpa. Como todo arpista irlandés, su interés pronto se vio reclamado por la obra del músico nacional de aquel país, el compositor ciego Turlough O’Carolan. Contemporáneo de Bach, su música tardó en ser reconocida, especialmente porque sobrevivió como músico callejero componiendo principalmente piezas por encargo (se decía que algunas bodas se retrasaban hasta que llegaba O’Carolan con sus nuevas composiciones encargadas para la ocasión).

La fascinación por el viejo bardo llevó a Cassidy a dedicarle “Cruit”, su disco de debut en el que Patrick realizaba arreglos para una pequeña orquesta de melodías de O’Carolan, reservando para sí mismo las partes de arpa. El disco no obtuvo un éxito demasiado notable pero animó al compositor a escribir una obra mayor: nada menos que un oratorio cantado en gaélico en el que narra la historia de los hijos de Lir, una de las que forman parte del Ciclo Mitológico Irlandés. La partitura que Cassidy compone a partir de las desventuras de los hijos del primero de los “Tuath de Dannan” es de una belleza inconmensurable. Como muchos otros compositores actuales (nos viene a la cabeza el nombre de Karl Jenkins), Cassidy adopta formas antiguas, en este caso del barroco, para terminar firmando una pieza que pasaría perfectamente por una obra de Haendel. La obra fue escrita entre 1990 y 1991 siendo publicada en 1993 en el sello “Celtic Heartbeat”, división de Atlantic Records creada a principios de los años noventa a remolque del “boom” de la música celta en aquellos años aunque nos resultar muy limitador clasificar en esa categoría un disco como el que hoy traemos aquí.

Al margen del texto en gaélico, hay otros dos elementos típicamente irlandeses de gran importancia en la obra: el arpa, interpretada por el propio Cassidy y las “uilleann pipes” (gaita irlandesa) a cargo del maestro de maestros, Liam O’Flynn. Interpretan “The Children of Lir”, al margen de los citados, The London Symphony Orchestra y el Tallis Chamber Choir dirigidos por Philip Simms con las voces de Mary Clarke (soprano), Linda Lee (alto), Emanuel Lawlor (tenor) y Nigel Williams (bajo).

Patrick Cassidy


“Grave” – La orquesta ejecuta una preciosa introducción de inspiración barroca que sirve para situar la acción en el final de la supremacía de los Tuatha de Danann sobre Irlanda tras perder la Batalla de Taillten ante los Milesians.



“Tuath de Dannan” – Asistimos a una verdadera joya de música coral a la que se suma la imperial gaita de Liam O’Flynn en una introducción inolvidable. A continuación, escuchamos un dueto soprano-tenor con la ayuda, de nuevo, de la gaita, realmente precioso. Se representa el consejo de los Tuatha de Dannan en el que se elige a Bodhbh Dearg como nuevo rey. Lir, el rival en la elección, recibe en compensación a la hija del primero, Aodh con quien queda comprometido en matrimonio. De esa unión nacerían cuatro descendientes: Fionnghuala, Aodh y los gemelos Fiachra y Conn en cuyo alumbramiento fallece la madre. Tras ello, Lir se casa con otra hija de Bodhbh, de nombre Aoife.

“Amach Daoibh a Chlann an Righ” – Sin embargo, el matrimonio no es feliz a causa de los celos de Aoife hacia los cuatro hijos de su hermana. Así, durante una excursión al lago Dairbhreach, Aoife sumerge a los niños y lanza sobre ellos un encantamiento que los convierte en cisnes, quedando atrapados en esa forma por los siguientes 900 años, 300 deberán pasarlos en el propio lago, 300 en el Estrecho de Moyle y los 300 últimos en el océano. Para ilustrar esta parte de la historia, Patrick escribe otra bellísima partitura para orquesta y coro en la que la soprano y la gaita de O’Flynn tienen reservado un papel protagonista.

“Mairseail Righ Lir” – Una alegre marcha es el modo escogido por Cassidy para continuar con la acción. En ella escuchamos por primera vez un bonito pasaje de arpa dialogando con las maderas de la orquesta. Ilustra así el compositor la retirada de Lir y su cortejo al enterarse del destino de sus hijos.



“Mochean do Mharcshluaigh” – El séquito de Lir llega al lago Dairbhreach mientras sus hijos, convertidos en cisnes contempla la escena. El coro ilustra la bienvenida de estos mientras que la gaita vuelve a ser el principal instrumento solista en otro pasaje memorable en el que el talento de Patrick Cassidy como compositor alcanza cotas elevadísimas.

“Croidhe Lir ‘Na Chrotal Cró” – Lir dialoga desolado con sus hijos que, sin poder acercarse a la orilla a causa de la maldición, le explican que, a pesar de ello, siempre podrían ser visitados y, a cambio, ellos cantarían bellas melodías durante la estancia en el lugar de Lir. Éste, a su regreso, informa a Bodhbh Dearg de los actos de su hija Aoife. Enfurecido por ello, Bodhbh encarga a su druída un hechizo equivalente y éste convierte a Aoife en un demonio volador para siempre. Escuchamos un aria emocionante que da paso a una maravillosa réplica a cargo del bajo ayudado por los veloces violines de la orquesta en un fragmento inspiradísimo.

“Ceileabhradh Dhuit a Bhuidhbh Dheirg” – Cumplidos los 300 años de confinamiento en el lago, Fionnuala recuerda a sus hermanos que deben abandonarlo para trasladarse al Estrecho de Moyle como indica la maldición. En el texto, se despiden para siempre de Bodhbh Dearg y de su padre, Lir. Tras una breve aria a cargo de la soprano, el coro y la gaita de O’Flynn, que también mantenía un breve diálogo con Fionnghuala son protagonista absolutos.

“Olc An Beatha Seo” – La estancia en el estrecho está llena de desventuras a causa del terrible clima, pródigo en tormentas y gélidas temperaturas. En este fragmento de la obra, los cisnes maldicen a su madrastra por haberles condenado a tan penosa existencia. La música, sin embargo, no refleja esa rabia, salvo, acaso, en la intervención final de las trompetas.

“Marcradh Shidda” – Uno de los fragmentos más alegres y memorables de la obra llega con esta perfecta mezcla de danzas tradicionales irlandesas y formas barrocas que sirve para ilustrar la llegada de una cabalgata de hadas que traen buenas nuevas sobre el estado de Bodhbh Dearg y Lir a los cisnes.

“Go Rinn Iorrais Iartharaigh” – Llega por fin el momento para los cisnes de trasladarse al último punto al que les destina la maldición de Aoife, al océano en donde quedarán a merced de los elementos durante 300 años más. Sin embargo, nada más llegar reciben un mensaje de Dios indicándoles que permanecerán todo ese tiempo bajo su protección sin sufrir ningún daño.

“Iongnadh Liom an Baile Seo” – Cumplida la ya condena impuesta por su madrastra, los cuatro hijos de Lir regresan a su tierra natal donde esperan reunirse con sus familiares encontrándose con que está desierta y sin rastro alguno de ellos. En el amargo lamento tiene de nuevo especial protagonismo la gaita de Liam O’Flynn, siempre dentro de una partitura deliciosa en la que los coros rayan a un nivel altísimo de modo que podrían resistir la comparación con los de cualquier obra maestra del periodo barroco.

“Eistigh Ré Clog An Chléirigh” – A pesar de la desazón que sintieron a su regreso, los hijos de Lir permanecieron en la tierra en la que habían crecido hasta la llegada a Irlanda de San Patricio y, con él, de la fe católica. Cuando el discípulo de éste, San Mochaomhog llegó a la zona, los cisnes escucharon el tañir de su campana. Fionnghuala la reconoció y dijo a sus hermanos: “es el sonido de la campana de Mochaomhog que pondrá fin a nuestro sufrimiento y nuestro dolor liberándonos por la gracia de Dios”. Los cuatro comenzaron a cantar entonces y el clérigo, al escucharlos, se acercó a la orilla del lago preguntando si eran, acaso, los hijos de Lir. – Lo somos, contestaron, a lo que él respondió: - doy gracias al Señor por ello porque es por vosotros que he venido a esta y no a otra tierra de Irlanda. Mochaimhog bautizó a los cuatro hermanos poniendo fin a la historia. Mientras tanto, orquesta, coro y solistas recuperan el tema principal de la obra cerrando así una composición monumental que convirtió a su autor en una celebridad nacional.

No se puede decir que Patrick Cassidy sea un artista demasiado prolífico. Tras “The Children of Lir” compuso y grabó otro oratorio titulado “Deirdre of the Sorrows” y ha publicado algunos discos más. Ahora vive en los Estados Unidos donde trabaja principalmente para el cine. Ha grabado un disco interesante en compañía de Lisa Gerrard que en algún momento aparecerá por aquí y ha alcanzado gran popularidad con una composición titulada “Vide Cor Meum” que aparecía en la banda sonora de la película “Hannibal” cuya partitura central es obra de Hans Zimmer. La citada pieza ha sido incluida en diversas recopilaciones y suele ser citada como una de las arias “clásicas” más bellas. Cabe recordar aquí que Cassidy es un compositor autodidacta que, si bien posee formación académica de piano y arpa, no llegó a graduarse formalmente y su única titulación es en matemáticas.


“The Children of Lir” es una obra intemporal. Evidentemente sigue esquemas propios de la música barroca pero, lejos de sonar como un pastiche vacío, contiene pasajes de gran entidad y como tal está reconocida en los círculos más importantes de su Irlanda natal donde Patrick es tenido en gran consideración. Nosotros no podemos sino recomendar el disco encarecidamente. Hace más de veinte años que lo escuchamos por primera vez y sigue siendo uno de nuestros favoritos. Si estáis interesados en adquirirlo, lo podéis encontrar en los enlaces habituales.

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cdworld.ie

Nos despedimos con un fragmento del ballet de Monica Loughman basado en la leyenda de los hijos de Lir en el que hay un par de fragmentos de la obra de Cassidy (el comienzo y a partir del minuto 6:35). También a partir del 13:34 suena "Marantha" de Cassidy en colaboración con Lisa Gerrard, tema publicado en el disco "Immortal Memory".

Jacob TV - Complete Solo Piano Music (2014)

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Rock, pop, música electrónica, y televisión son los puntos de partida de la obra musical del holandés Jacob Ter Veldhuis ¿qué forma adopta el resultado de tan insólita mezcla? la de algo que ha sido calificado como post-minimalismo y neo-romanticismo pero que admitiría casi cualquier término que se os pueda ocurrir, siempre que incluya un punto de provocación. Ter Veldhuis ha provocado escándalos de todo tipo: Un museo romano censuró una de sus obras por contener fragmentos de un informativo en el que se detallaban todos los problemas con la justicia de Silvio Berlusconi. Una conferencia suya en Washington en el marco de un simposio sobre el saxofón fue interrumpida por un alto funcionario cuando Jacob hablaba de su composición “Believer”, basada en la guerra de Irak y en George W. Bush. La Comisión Federal para las Comunicaciones intervino en un programa de una emisora neoyorquina en el que se radiaba la obra “Grab It!” por el uso de lenguaje inadecuado (en realidad, contenía fragmentos de entrevistas a condenados a muerte). Incluso ha llegado a ser acusado de “terrorismo musical antiamericano” por el estreno de una obra para arpa en la que el instrumento se combinaba con monólogos inconexos de una drogadicta en pleno síndrome de abstinencia grabados en las calles de Nueva York.

Con todo, su música ha alcanzado una cierta popularidad, especialmente por el uso de elementos tan ajenos a las formas clásicas como reproductores portátiles de cassettes (los boomboxes, popularmente conocidos como “loros”). La dificultad para pronunciar correctamente su nombre hizo que en los círculos musicales neoyorquinos se le empezase a conocer como Jacob TV, algo que, dado el importante contenido que su música tiene de composiciones creadas a partir de “samples” de programas televisivos de todo tipo, hizo que el propio artista adoptase el apelativo como nombre artístico. Los elementos de los que toma gran parte de su inspiración (esas muestras de programas televisivos o de discursos de importantes figuras de la cultura “pop” norteamericana) han hecho que se le haya calificado como el Andy Warhol de la música contemporánea. Como punto de partida podría parecer similar al de otros músicos que han aparecido en el blog como el Steve Reich de “Different Trains” y “WTC 9/11” o trabajos que hemos tratado muy recientemente como “My Life in the Bush of Ghosts” de Eno y Byrne y, de hecho, Ter Veldhuis llegó a escribir una carta de agradecimiento a Reich por alumbrar técnicas compositivas de las que luego él mismo se valió a lo que el propio Reich respondió que, aunque el proceso creativo podía ser básicamente el mismo, los resultados eran completamente diferentes.

Los discos que hoy comentamos son el fruto del interés de un viejo conocido nuestro como Jeroen Van Veen quien se mostró muy interesado en el repertorio para piano del compositor de cara a grabar un CD con él. Puestos ambos artistas en contacto, el material disponible excedía la duración de un sólo disco por lo que se optó por grabar dos que son los contenidos en este “Complete Solo Piano Music” en el que, como veremos, no sólo hay piezas para piano solo como reza el título.

Jacob Ter Veldhuis (Jacob TV para los que tienen problemas con su apellido).


CD 1:

“Saudade” – Comienza el disco con un encargo de Van Veen a Ter Veldhuis estrenado hace poco más de un año. El propio compositor explica el título como una palabra galaico-portuguesa intraducible a otros idiomas. Esa melancolía más conocida como “morriña” en Galicia impregna toda la pieza que tiene un aire distraído muy personal.

“Klarsichtdose Mozartkugeln” – El segundo tema es una miniatura escrita en 2008, nuevamente por encargo de Van Veen. Se utilizó en una competición para jóvenes pianistas ese mismo año.

“Sound” – Brevísima composición para piano y “boom box” (el clásico radiocassette equipado con dos grandes altavoces) estrenada en 2012. En ella escuchamos fragmentos de una entrevista a John Cage sobre los cuales el pianista interpreta breves secuencias de notas que replican de algún modo las cadencias de la voz del compositor norteamericano.

“Merry Xmas” – Volvemos al piano solo, en esta ocasión con una composición muy lenta y reflexiva escrita por Ter Veldhuis en 1997. En ella no podemos evitar ver un reflejo de la influencia del propio Cage en la música del compositor holandés. Las notas se van sucediendo de un modo parsimonioso casi sin llegar a desarrollar una relación melódica. Sin embargo, el efecto que causa en el oyente es de una profunda melancolía.

“Postnuclear Winterscenario No.1” – Cuenta el compositor que durante el desarrollo de la primera Guerra del Golfo, en 1991, pasó por una especie de bloqueo perdiendo la capacidad de hablar a causa del sinsentido de aquellos acontecimientos. Mientras veía las noticias en las que alguien hablaba de la situación en que quedaría el planeta en caso de que el conflicto se extendiera y diera lugar a un enfrentamiento con armas nucleares, surgió el concepto del invierno nuclear que inspiró esta pieza, en palabras del propio compositor “probablemente la pieza más simple que jamás he escrito”. Consiste en la repetición continua de una misma nota (Mi) acompañada de un escueto armazón armónico formado por otras cuatro notas (Si, La, Sol y Fa sostenido).

“Where the Heart Is” – Una composición que nos recuerda mucho a las obras de La Monte Young que consistían en simples instrucciones para el ejecutante que debía salir al escenario con un saco de alfalfa (por ejemplo) con el que alimentar al piano. En este caso, el mandato es simple: el intérprete debe llevar consigo un martillo y situarlo sobre el instrumento en un lugar visible para el público y de fácil acceso para él mismo desde su asiento. Poco antes de concluir la pieza debe hacerse con él, elevarlo sobre su cabeza como si fuera a golpear el piano y dejarlo caer a su espalda. Al margen de golpes de efecto escénicos imposibles de trasladar al CD (salvo por el sonido del martillo cayendo al suelo) y centrándonos en la música, la obra es similar en cierto modo a la anterior “Merry Xmas” en cuanto a la lenta cadencia con que se va desarrollando toda ella durante los primeros minutos. Luego hay un giro en el que el ritmo se incrementa notablemente dando paso a interesantes secuencias mucho más interesantes. La segunda mitad de la composición combina súbitos “acelerones” y momentos más tranquilos para terminar conformando una de las piezas más atractivas del disco.

“Toccata” – Explica el músico en el libreto del disco la procedencia de la inspiración para la pieza que explica la teatral puesta en escena de parte de la misma. Cuenta que hace varios años se encontraba en España, en el campo cuando por la noche escuchó un extraño sonido que no fue capaz de reconocer: una especie de sucesión de tonos cortos y agudos que se repetían con una regularidad casi matemática. Pensó que se trataría de algún tipo de transmisor de señales y no le dio más importancia hasta que volvió a escuchar lo mismo un año después en Italia. Tras investigarlo descubrió que el extraño sonido procedía de una especie concreta de lechuza. Pensó entonces en tratar de emular ese sonido, como ya hiciera en su momento Olivier Messiaen. En la pieza, que comienza como una simple serie de notas enfrentadas, éstas van multiplicándose hasta alcanzar un densidad y complejidad tal que obliga al intérprete, en un momento determinado, a tocar una nota (el Re central del piano) con su nariz mientras ejecuta el resto de ellas con ambos brazos extendidos resultando así la posición del ejecutante una imitación perfecta de la lechuza en vuelo. Lo cierto es que, anécdotas al margen, obra es otro magnífico ejemplo de piano contemporáneo con notables influencias, una vez más, de John Cage.

“Honky Tonk Blues” – Cambiamos de estilo con un breve blues escrito en 1999 para el pianista Marcel Worms. Una pieza muy refrescante tras la complejidad de las anteriores.

“Views from a Dutch Train” – En su primera versión, esta pieza fue escrita para dos acordeones pero más tarde se adaptó para dos pianos. Aquí está interpretada por Jeroen y su esposa Sandra. Emula las vistas del paisaje holandés desde un tren (cada piano representaría el panorama desde cada uno de los lados del vagón). Quizá sea esta la primera pieza de todo el disco que podría calificarse abiertamente como minimalista.

“The Body of Your Dreams” – Llegamos ahora a una de las piezas que ejemplifica más fielmente el tipo de obras que han dado fama al compositor. Ter Veldhuis parte de un típico anuncio de teletienda en el que ofrecen un maravilloso cinturón que permite al usuario perder peso sin esfuerzo gracias a unas supuestas propiedades vibratorias. El músico utiliza “samples” del video comercial, los manipula, hace bucles con ellos, los mezcla entre sí y construye melodías para el piano a partir de la propia cadencia de las voces. En este sentido, la proximidad con la obra de Reich es evidente pero la adición de percusiones programadas, sintetizadores y demás instrumentación acerca más la obra a un pop de vanguardia que a la del pionero del minimalismo. Creemos que el lector habitual del blog encontrará muy interesante esta pieza en particular.



“Off & On Situation Blues” – En la misma línea que la pieza anterior pero con un resultado mucho más cercano a Reich se encuentra esta breve pieza en la que los samples vocales proceden de entrevistas a prostitutas cocainómanas en el programa de Jerry Springer. Una composición fantástica aunque quizá demasiado corta.



CD 2:

“Piano Concerto No.2, Sky Falling” – El segundo disco se centra en composiciones formalmente más convencionales. La primera es este concierto para piano interpretado por la Netherlands Radio Chamber Philharmonic bajo la dirección de Thierry Fischer. El pianista no es Jeroen Van Veen por una vez sino Ronald Brautigan. El título del mismo hace referencia a una frase de un reportero especializado en economía que decía desde Wall Street en 2008, en pleno comienzo de la crisis actual, que “el cielo no se estaba cayendo” quitando importancia a la gravedad de la situación. Ter Veldhuis subtituló sarcásticamente su concierto como “el cielo cayendo” cuando lo escribió un año después a la vista de los acontecimientos. La obra es una de las más “convencionales” de su autor quien lo explica  de la siguiente manera: “cuando escucho una orquesta sinfónica, inmediatamente se apodera de mí una sensación de nostalgia; probablemente porque lo normal es que su repertorio proceda de un tiempo muy anterior y porque la propia orquesta no ha cambiado demasiado en los últimos 200 años. Así, cuando escribo para orquesta, trato de no forzarla demasiado hacia lo contemporaneo y trato de “preservar” lo que tiene de sublime su sonido”. En nuestra opinión, el manejo de la orquesta por parte del compositor es notable y este concierto es un magnífico ejemplo de ello.

“Pianoboek 1” – El primero de los dos libros de piano incluidos en el disco está fechado en 1979 y el músico lo escribió para su primera novia que estudió con él en el conservatorio. Aparentemente faltarían al menos dos piezas ya que las nueve aquí contenidas están numeradas del 1 al 11 faltando las que ocuparían el número 5 y el 10 respectivamente. Todas las piezas son muy breves (alrededor del minuto de duración) y funcionan como una especie de estudios minimalistas, por llamarlas de algún modo.

“Pianoboek 2” – El segundo libro es de 1986 y las piezas son algo más largas (no demasiado) y complejas en palabras de su autor. El libro comprende nueve composiciones que, a grandes rasgos, siguen una línea muy similar a las que integraban el primer libro.

“Intervallen” – Cerrando la obra encontramos en un sólo corte, 12 estudios escritos para pianistas aficionados basados en sendos intervalos clásicos: segunda menor, segunda mayor, tercera menor, tercera mayor, cuarta perfecta, quinta disminuida, quinta perfecta, sexta menor, sexta mayor, séptima menor, séptima mayor y octava perfecta. Fueron escritos en 1988 como divertimento personal y en ellos encontramos trazas de Satie.




Los lectores que tengan cierta afinidad hacia la corriente minimalista entendida en un sentido amplio, pueden disfrutar mucho con este disco de Jacob Ter Veldhuis aunque, con un par de excepciones, no tiene mucho que ver con su faceta más experimental y conocida. Trataremos de profundizar en ella más adelante aunque sus grabaciones no son fáciles de encontrar a buenos precios. Quizá esta iniciativa de Van Veen sea sólo la primera de una serie de grabaciones en las que podamos ir descubriendo el resto de la obra de Jacob. En tal caso, estaremos de enhorabuena. Podéis adquirir el disco hoy comentado en los enlaces habituales:

klassiekshop.nl

vanveenproductions.com

Nos despedimos con un "trailer" del disco:

 

Loreena McKennitt - Parallel Dreams (1989)

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Aunque “The Visit” fue el primer gran éxito de Loreena McKennitt en todo el mundo y el disco que la dio a conocer como artista para el gran público, ya un par de años antes había grabado un sensacional trabajo que la llevaría a ser muy popular en Canadá, su país. Fue, quizá, el disco en el que la artista se planteó más en serio su carrera discográfica, contando por primera vez con una interesante nómina de músicos, varios de los cuales pasarían a formar parte de forma estable de su banda de acompañamiento en los conciertos y en las siguientes grabaciones. Así, pasamos de dos primeros discos en los que la práctica totalidad de los instrumentos eran interpretados por la artista con algunos colaboradores puntuales a un trabajo más maduro en el que intervienen varios músicos de gran nivel. Además de ello, Loreena escribe por primera vez la mayor parte de las letras del disco.

“Parallel Dreams”, que es el título del álbum, habla de muchos tipos de sueños, desde el de los amantes que viven un amor imposible hasta el de una joven niña huérfana en el Dublin de Dickens que sólo aspira a un techo bajo el que cobijarse pasando por el origen del título: los “sueños paralelos” que unen a los pueblos nativos norteamericanos y a los antiguos celtas. Sueños de libertad, integración y amor en palabras de la propia artista en las notas del disco.

La formación que participa en la grabación está integrada por Brian Hughes (guitarra, bajo, teclados), Oliver Schroer (violín), George Koller (violonchelo, bajo), David Woodhead (mandolina, acordeón), Rick Lazar (percusión), Shelly Berger (bajo, pzud), Patrick Hutchinson (gaita irlandesa), Ratesh Dasj (tabla), Al Cross (percusión). Loreena McKennitt toca el arpa, los teclados y el bodhran además de cantar como muy pocas pueden permitírse.



“Samain Night” – Un simple fondo de teclados y unas notas de arpa que no tardan en versa acompañadas por el violín de Oliver Schroer es todo lo que necesita Loreena para crear un ambiente perfecto para su voz. Esta suena con toda la plenitud a la que nos tiene acostumbrados, despegando unos agudos primorosos. Gracias a la magia del estudio de grabación podemos escuchar a la cantante haciendo segundas voces para completar una combinación maravillosa. La canción, escrita por ella misma, es una deliciosa balada que recoge ¿cómo no? innegables influencias celtas pero que tiene una personalidad tremenda desde el primer momento.

“Moon Cradle” – La artista opta para este segundo tema por un acompañamiento más escueto, interpretado en su totalidad por ella, lo que significa, en la práctica, que vamos a escuchar su arpa y algunos arreglos de teclado muy tenues. Lo cierto es que la adaptación que hace la artista de un texto del poeta irlandés Padraic Colum, parece escrita a propósito para que podamos disfrutar de lo mejor de la voz de Loreena, llena de inflexiones y capaz, por sí misma, de sostener toda la composición.

“Huron ‘Beltane’ Fire Dance” – Recupera la artista a la mayoría de los miembros de la banda para el primer tema instrumental del disco. La pieza comienza con una serie de percusiones entre las que se filtra la voz de la artista entonando un precioso lamento. El ritmo se incrementa con la llegada de los instrumentos de cuerda y la adición de nuevos juegos percusivos hasta convertirse en algo infeccioso con la entrada de la melodía central a cargo del violín. La danza, que muy bien podría bailarse a orillas del lago Hurón como sugiere el título, es un ejemplo perfecto de cómo entiende la artista que debe ser su acercamiento al folclore de sus mayores: respetuoso pero innovador a la vez. Una pieza espectacular que se encuentra entre lo mejor del disco.

“Annachie Gordon” – En casi todos los discos de Loreena encontramos una canción mas extensa de lo normal que suele ser, además, una balada sobre un tema tradicional. En ella apreciamos las excepcionales características de la voz más agraciada del folclore contemporáneo y lo que ocurre en este caso no es ninguna excepción. La artista adapta una canción tradicional escocesa a la que se han enfrentado voces como la de Mary Black y lo hace de un modo impecable. Tiene mucho mérito que canciones tan largas como esta (o como “The Lady of Shallott” en el disco “The Visit” o “The Highwayman” en “The Book of Secrets”) terminen por ser en muchos casos las más recordadas de cada uno de los trabajos pero parece claro que Loreena pone en ellas algo más que termina por hacerlas especiales.

“Standing Stones” – Si este hubiera sido un disco convencional, éste podría haber sido perfectamente el single de presentación del mismo. Loreena pone música a un texto tradicional y se acompaña de todos los músicos del disco, entre los que destaca el magisterio a gaita irlandesa de Patrick Hutchinson y la forma en que un instrumento tan ajeno a la música celta como es la tabla, casa perfectamente con el resto del conjunto.



“Dickens’ Dublin (the Palace)” – Nos traslada ahora la cantante canadiense a la nochebuena del Dublín de 1842 para contarnos una historia de cuento en la que un niño deambula por las calles buscando un lugar en el que dormir e imaginando las cosas que podría tener en el futuro, desde un caballo con el que recorrer la campiña hasta un cachorrillo al que dormir abrazado para calentarse. El hilo conductor de toda la canción es la voz de un niño que recita una especie de salmodia acerca del nacimiento de Jesús. Extrañamente, el infante no aparece acreditado en el disco..

“Breaking the Silence” – Otra de las grandes canciones del disco está dedicada por Loreena a Amnistía Internacional. El texto habla de la situación turbulenta que vivían en aquel momento lugares como Sudáfrica, China o Nicaragua pero no hace falta un gran ejercicio de imaginación para trasladarla a nuestros días, 25 años más tarde, y comprobar qué poco ha cambiado todo con sólo sustituir algunos de esos nombres por los de Siria o Gaza. El tema es aún hoy, uno de los mejores de toda la discografía de la artista canadiense.



“Ancient Pines” – Cerrando el disco encontramos otra pieza cuasi-instrumental (Loreena canta pero sin texto) realmente delicada en la que la voz de la canadiense apenas se acompaña de un fondo electrónico y una preciosa melodía de violonchelo a cargo de George Koller. La pieza, con muchas reminiscencias de artistas como los irlandeses de Clannad, formó parte de la banda sonora de un documental titulado “Goddess Remembered” que profundizaba en los orígenes de las religiones que, en muchos casos, giraban alrededor de figuras femeninas.

Loreena McKennitt es una de las artistas más admiradas por nosotros en el blog, por lo que pronto habrá otra entrada dedicada a su música. Su voz, sus discos y su trayectoria nos parecen admirables y creemos que merece mucho la pena hacerse con su discografía, no demasiado extensa por otra parte, sobre todo si tenemos en cuenta que el primer trabajo que grabó cumplirá pronto los 30 años. Por el momento, os dejamos un par de enlaces en los que adquirir “Parallel Dreams”. No os arrepentiréis.





Nos despedimos con una excepcional versión en directo de "Huron 'Beltane' Fire Dance":

 

Loreena McKennitt - Elemental (1985)

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Tras la entrada anterior, era necesario retroceder hasta lo que fue, no sólo el primer disco grabado por Loreena McKennitt sino también la primera referencia del sello Quinlan Road que ha publicado todos los discos de la artista hasta hoy en día. En aquel tiempo, la artista llevaba ya varios años infectada por el virus de la música celta que había empezado a escuchar con intensidad a partir de 1978. Ella misma cuenta cómo disfrutaba con las grabaciones de varias bandas de todo tipo en aquellos años de auténtico renacimiento del estilo. Aunque no menciona nombres, imaginamos que grupos como Gwendal, Planxty, the Bothy Band o los Chieftains no faltaban entre los que sonaban en su casa. Si cita, en cambio, el que es otro nombre clave: el bretón Alan Stivell, arpista, como ella misma, y responsable en gran parte de la popularización del instrumento a partir de un disco mítico como fue “Renaissance of the Celtic Harp” en el que se mezclaban de un modo revolucionario para el año 1972 en que se publicó, elementos de folk y rock.

En la primera mitad de los ochenta, Loreena interpretaba música propia y hacía versiones de temas tradicionales. La mayor parte de esas obras terminaban por ser utilizadas por una compañía teatral con la que la artista colaboraba habitualmente. Poco a poco, las opiniones de sus allegados terminaron por animarle a grabar aquella música pero su planteamiento fue muy distinto al habitual. Loreena grabaría su primer disco en apenas una semana en una granja en medio de un campo de girasoles. La artista cantaba e interpretaba arpa, acordeón, guitarra y teclados. Sólo otros dos instrumentistas intervienen puntualmente en el disco: el bajista George Greer (en un tema) y el violonchelista Pat Mullin (en tres de las canciones). Douglas Campbell (actor escocés-canadiense especialista en Shakespeare) recita un texto en una de las canciones y Cedric Smith (actor también de doblaje anglo-canadiense) canta en otras dos, en las que también toca la guitarra. La gran novedad radicaba en la distribución del trabajo que se vendía en las actuaciones de la artista en pequeños locales y el las funciones de la compañía de teatro. Además, se distribuía por correo siendo la propia artista quien empaquetaba y enviaba personalmente todas las copias en un primer momento aunque la gran demanda hizo que sus allegados participaran en lo que, en la práctica, sería el nacimiento de Quinlan Road.



“Blacksmith” – Un tema tradicional sirve para abrir el disco. Una pieza en la que Loreena interpreta todo lo que suena. La melodía central es ejecutada con un acordeón pero la mayoría de los sonidos, con la excepción del arpa, proceden de sintetizadores. La cantante no ha alcanzado aún aquí el grado de refinación de discos posteriores pero la potencia de su voz muestra el gran potencial que encerraba ya entonces.

“She Moved Through the Fair” – Quizá sea esta la melodía más conocida de todo el trabajo ya que ha sido interpretada por multitud de cantantes a lo largo de los años. Para su versión, Loreena opta por desnudar lo más posible el texto del poeta irlandés Padraic Collum cantando casi “a cappella” con un inapreciable fondo electrónico y algunos efectos de pájaros y campanas sonando en la lejanía. El reto de enfrentarse a un tema tan conocido sin apenas apoyo instrumental es un desafío del que la artista sale con una nota excelente.

“Stolen Child” – William Butler Yeats fue un poeta admirado desde siempre por Loreena y no sorprende que para su disco de debut decidiera adaptar uno de sus textos escribiendo una melodía fantástica a la que pocas voces sabrían hacer justicia. Seguramente estamos ante la mejor pieza de todo el disco y una de las más cuidadas con una preciosa parte de violonchelo y la participación también de un bajista.



“The Lark in the Clear Air” – El violonchelista Pat Mullin es también protagonista en la única pieza instrumental del disco, en la que cruza sus armas con el arpa de Loreena McKennitt para dibujar una preciosa miniatura de origen tradicional que nos recuerda mucho al sonido del antes citado Alan Stivell.

“Carrighfergus” – Cedric Smith es el encargado de cantar en esta pieza tradicional en la que Loreena se limita a hacer segundas voces (lo de que se “limita” es una forma de hablar porque, una vez más, su aportación es maravillosa). La canción es una más de tantas baladas de origen irlandés con le emigración y la nostalgia de la tierra natal como tema central.

“Kellswater” – Recupera Loreena el rol de vocalistas principal en esta canción que reúne una instrumentación muy similar en todos los aspectos al tema inicial del disco. De nuevo, se trata de un romance tradicional al que Loreena saca todo el partido posible. Como ocurre en el resto del disco, la artista opta por un tratamiento muy reposado de la pieza, sin sobresaltos y sin la intensidad instrumental que alcanzaría en discos posteriores.

“Banks of Claudy” – Otra canción tradicional que explota el tema de la amante esperando el regreso de su amado que se embarcó en un viaje incierto. Como ocurre en la mayoría de los casos, éste nunca regresa. Loreena vuelve a enfrentarse a la canción con el único acompañamiento de su arpa regalándonos otra interpretación majestuosa.

“Come by the Hills” – Cerrando el ciclo de canciones tradicionales que integran la mayor parte del disco encontramos la más alegre del trabajo, con un decidido aire festivo en el texto y una melodía luminosa y optimista. No es, con todo, la más memorable de las piezas del disco aunque cumple de sobra con su cometido.

“Lullaby” – Para el final del disco se reserva Loreena uno de los platos fuertes. Se trata de una pieza escrita por la artista dos años antes para la compañía teatral con la que colaboraba y que acompañaba la representación de una obra basada en textos de William Blake. Ésta se representó en el Festival de Stratford de aquel año. Lo mejor de la canción, sin duda alguna, es el maravilloso contraste entre el poderoso recitado de Douglas Campbell del texto de Blake, con una voz profunda, enérgica y llena de expresividad y el delicioso tarareado de Loreena que acompaña al rapsoda en toda su intervención.



Tomándonos la libertad de utilizar las palabras de Blake en la última canción del disco, cuando Loreena McKennitt se pone a cantar como lo hace, ¿quién puede resistirse? Aún siendo un buen disco, “Elemental” no es sino un apunte de todo lo que vendría después y sólo por eso merece la pena ser tenido en cuenta. Como acostumbramos a hacer, os dejamos un par de enlaces en los que adquirir el disco.


Como despedida os dejamos una versión en directo de "She Moves Throught the Fair":

ProjeKct Two - Space Groove (1998)

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A mediados de los noventa asistimos al nacimiento de una de las formaciones más arriesgadas de King Crimson en toda su carrera. Durante ese tiempo, la banda funcionó como un “doble trío” formado por dos guitarristas, dos bajistas y dos baterías y nos ofrecieron una etapa llena de riesgo y evolución que, para muchos, es una de las mejores de un grupo histórico. Sin embargo, una mente tan inquieta como la de Robert Fripp y, por extensión, la mente grupal del colectivo King Crimson no se iba a detener ahí y así, en 1997, surge una idea tremendamente original de la que no conocemos muchos antecedentes, al menos a este nivel: se trataba de dividir (“fractalizar” era la palabra que usaba Fripp) la banda en pequeñas combinaciones de sus miembros para investigar alrededor de posibles nuevas direcciones musicales. Cada uno de esos “spin off” se denominaría “ProjeKct” e irían numerados del 1 al 6 aunque más tarde apareció un “ProjeKct X” e incluso la banda con Jakko Jakszyk o Mel Collins que comentamos aquí en su momento, que llevaba el subtítulo de “a King Crimson ProjeKct”.

El primero de los ProjeKts estaría integrado por Robert Fripp, Trey Gunn, Tony Levin y Bill Bruford pero lo cierto es que la primera formación que tocó y grabó junta fue la bautizada como “ProjeKct Two”, un trío compuesto por el omnipresente Fripp (único participante en todas las fractalizaciones), Trey Gunn y Adrian Belew aunque, y aquí está la primera sorpresa, éste último no toca guitarras sino batería y percusión. Lo cierto es que fue precisamente la adquisición de un sistema V-Drums (una batería electrónica de Roland) la que propició la reunión casi espontánea del trío. Lo que empezó como un ensayo en el que se pretendía preparar alguna nueva composición para King Crimson dio lugar a una gran improvisación. Al terminar, preguntaron al ingeniero de sonido Ken Latchney si aquello se había grabado a lo que este respondió que sí. No hizo falta mayor discusión. El trío continuó tocando y esas sesiones se convertirían, apenas dos días después, en el material que serviría de base para un doble disco que iba a ser la presentación en sociedad del “ProjeKct Two”.

Kit de batería electrónica "V-Drums" cuya adquisición dio origen al disco.


La grabación se divide en dos discos diferentes en cuanto a la duración de las piezas: el primero, apenas contiene tres composiciones mientras que el segundo recoge hasta un total de catorce divididas en dos suites de siete cortes cada una.

SPACE GROOVE:

“Space Groove II” – Comienza la improvisación a partir de un dúo de bajo y batería al que pronto se incorpora la guitarra de Fripp. El hecho de que estemos ante tres músicos tocando en directo puede llevar a engaño acerca de la variedad de sonidos que entran en juego en la grabación. Al margen de la extensa paleta de la guitarra de Robert, tenemos que añadir la Warr Guitar de Trey Gunn, instrumento que puede incorporar desde siete hasta quince cuerdas abarcando un rango sonoro que iría desde la guitarra convencional hasta el bajo pasando por sonidos similares a los del “Chapman Stick”. Además, la batería electrónica puede ser utilizada como controlador desde el que lanzar todo tipo de sonidos vía MIDI. Esta primera pieza del trabajo es también la más larga del mismo y combina un aire general jazzístico con sonoridades decididamente rockeras con lo que podría ser la base desde la que crear cualquier gran pieza de King Crimson, algo que, recordemos, estaba en la idea que daba origen a los “projekts”. Hay momentos en los que los integrantes de la banda hacen magia y escuchamos guitarras sonando como órganos Hammond, fantasmagóricos pianos y vibráfonos que no pueden proceder sino del milagro tecnológico del MIDI impulsado por la energía imparable de un Fripp muy inspirado a la guitarra.



“Space Groove III” – El segundo corte del disco hace las veces de breve transición entre los otros dos, de mayor duración. El material contenido en la pieza es de similar factura que en la anterior aunque mostrando alguna posibilidad más de la batería electrónica a cargo de Belew, especialmente en cuanto a sonoridades diferentes. Fripp, por su parte, continúa explotando el sonido de vibráfono que le confiere un tono jazzístico muy interesante al corte.

“Space Groove I” – La segunda gran pieza del primer disco nos permite recuperar al Fripp más ácido con la guitarra en los primeros instantes, algo que siempre es de agradecer para quienes admiramos su sonido más característico y del que ha hecho su mayor seña de identidad. A su alrededor, Gunn y Belew van añadiendo elementos con un cierto aire de respeto ante lo que va tocando el líder de la banda, como no queriendo interferir. Cuando Fripp concluye su primera intervención, entramos en un largo segmento muy experimental y algo menos cohesionado que la primera parte del disco aunque lleno de interés en cualquier caso con el que termina el primero de los dos discos.

VECTOR PATROL:

“Happy Hour in Planet Zarg” – La primera Suite del disco abarca, como ya indicamos, los primeros siete temas y lleva por título: “The Planet Zarg Quartet”. En el primer corte, Belew parece animarse definitivamente y tomas las riendas de la pieza con gran energía. Evidentemente, Adrian a la batería no es ni Bill Bruford ni Pat Mastelotto pero hace un trabajo más que aceptable y tenemos que tener en cuenta que, en el fondo, estamos hablando de “nivel King Crimson” lo que para los estándares del rock es lo máximo en cuanto a exigencia.

“Is There Life on Zarg?” – Sin solución de continuidad entramos en el segundo tramo de la suite, dominado ahora por los arabescos al bajo (o a la Warr guitar) de Trey Gunn. Aunque hasta este momento se había mantenido en un plano más discreto, en este corte ofrece una absoluta exhibición de facultades apoyado de un modo muy eficaz por el resto del trío.

“Low Life in Sector Q-3” – La experimentación continúa con un corte que sería de transición debido a su brevísima duración de no ser por el hecho de que el siguiente es aún más corto. Ambos, en todo caso, son eso, temas de paso que no llegan a ofrecer mucho más.

“Sector Shift” – Como indicamos, apenas escuchamos aquí una sucesión de efectos electrónicos que nos llevan a una de las piezas más melódicas de todo el disco.

“Laura in Space” – Enlazando con la percusión del corte anterior, nos sumergimos en un universo de música “ambient” en la que la batería es un elemento más que contribuye a la sensación de tranquilidad en la que ha desembocado el trabajo llegados a este punto. Se suceden apuntes de instrumentos de viento disparados a través de los controladores de guitarra aunque no terminan de cristalizar en algo verdaderamente interesante.

“Sector Drift” – Nueva transición sin solución de continuidad que enlaza del mismo modo con el final de la suite.

“Sector Patrol” – Volvemos a escuchar la batería con energías renovadas y el vibráfono comandado desde la guitarra de Fripp cerrando en cierto modo el círculo. Es este el momento más interesante de toda la suite recordándonos alguno de los mejores instantes de “Space Groove II” comentada en el primer disco de la obra.

“In Space There is No North, In Space There is No South, In Space There is No East, In Space There is No West” – La última sección del trabajo, que comienza aquí, lleva el título genérico se “Lost in Space” y comienza con sonidos sampleados que bien podrían ocupar el lugar de saxos y trompetas al ser esta una composición netamente jazzística. Sin embargo, en apenas unos instantes, como haciendo referencia a esa imposibilidad física de orientarse a la que alude el título, asistimos a una serie de cambios radicales de estilo, primero pasando por sonidos hidúes (sitar incluído) y luego con un giro caribeño con sus “steel drums” presentes.



“Vector Patrol” – No dura mucho, sin embargo, el experimento y enseguida regresamos al espíritu principal de la obra con la improvisación por bandera y un trasfondo rockero siempre presente; todo ello con la idea de llegar a uno de los movimientos más largos de este segundo disco en el que se define ya el estilo definitivo del mismo.

“Deserts of Arcadia (North)” – Al ser esta una pieza más extensa cuenta con el lujo del tiempo como aliado para construir un desarrollo más coherente. El único problema es que, llegados a este punto, el estilo de Belew comienza a resultar algo monótono y es aquí cuando se echa en falta un auténtico batería. Fripp tira de recursos para tratar de llenarlo todo con su sonido de guitarra más clásico y también con el de vibráfono y Hammond pero volver a levantar el conjunto es ya una tarea complicada a pesar de la fantástica ayuda en el bajo de Gunn.

“Deserts of Arcadia (South)” – Ambientes electrónicos y sonidos espectrales nos dan la bienvenida al reverso oscuro del corte anterior. Escuchamos la guitarra de Fripp más desnuda que nunca hasta ahora en el disco y la batería se sitúa en un plano muy discreto y con un cierto aire marcial en sus breves intervenciones.

“Snake Drummers of Sector Q-3” – Casi carece de sentido considerar como tema independiente esta introducción de 26 segundos que enlaza perfectamente con el comienzo del siguiente corte por lo que no haremos mayor comentario.

“Escape From Sagittarius A” – El de “guitar hero” no es un papel en el que hayamos escuchado con frecuencia a Robert Fripp pero hay instantes en el comienzo de esta larga pieza en la que pareciera que el guitarrista se acerca el mismo. Un espejismo, en cualquier caso ya que pronto retoma su rol habitual y los miembros del trío se embarcan en un nuevo viaje épico que está entre lo más interesante de todo el doble disco, a pesar de la ya mencionada reiteración en los patrones de percusión a cargo de Belew. Escuchamos una especie de compendio de muchas de las virtudes del trabajo que bien podría servir como resumen del mismo.

“Return to Station B” – Cerrando el trabajo tenemos esta especie de coda en la que destaca Trey Gunn por encima del resto. Fripp aporta su inestimable guitarra pero, en lineas generales, esta es una despedida e la que el bajista ocupa el centro bajo los focos.


Aunque es recomendable acercarse a los “projeKcts” como ensayos de una obra mayor que sería el siguiente disco de King Crimson, lo cierto es que este “Space Groove” tiene una entidad propia que hace que pueda ser disfrutado de forma independiente. El material no es fácil de digerir si no se está familiarizado con los discos inmediatamente anteriores de la banda pero una vez que se hace el esfuerzo, la satisfacción está casi garantizada. Puede adquirirse aquí:




Nos despedimos con el ProjeKct Two en directo interpretando "Heavy ConstruKction", un clásico de King Crimson:


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